Escribo esta columna desde un café en un pueblito en La Toscana, llamado San Gimignano, nombrado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Mientras escribo, no dejo de pensar en la bendición de haber visto al Papa Francisco. Cuando José me comentó que vendríamos de luna de miel a Italia, y que visitaríamos el Vaticano, jamás pasó por mi mente que vería al Santo Padre. Sí, soñaba con verle en algún momento, pero no en mi luna de miel.

Recorrimos la ciudad de Roma el jueves en la mañana, ese mismo día nos dimos cuenta de que era día de fiesta en la capital de Italia con motivo del Día de San Pedro y San Pablo, por lo que en el Vaticano habría actividades especiales y estarían cerrados los museos.

Al llegar a la Plaza San Pedro, notamos que la Basílica estaba cerrada, y unas cuantas cámaras apuntaban hacia unas ventanas. Ni corta ni perezosa le pregunté en mi italiano mastica’o a los policías de la plaza a qué hora abriría la Basílica, a lo que ellos me respondieron: “hay que esperar que el Papa salude”. Inmediatamente, se me erizó la piel y casi sin pensarlo le dije a mi esposo: “de aquí no nos vamos hasta que veamos a ‘Paquito’”.

José rápido fue a donde los camarógrafos que estaban en la plaza y les preguntó por cuál ventana el Sumo Pontífice se asomaría y la hora. Ellos indicaron que a las 12:00 del mediodía y por la segunda ventana de derecha a izquierda.

Faltaban 12 minutos para las 12:00, la ventana se abrió y una bandera cayó indicando que pronto el Sumo Pontífice haría su aparición. Confieso que comencé a llorar, pues no podía creer que lo que tanto había soñado se haría realidad y mucho menos en mi luna de miel.

A las 12:00 en punto como un reloj, Papa Francisco nos dio la bendición y comenzó a leer el Evangelio del día. Mis ojos no paraban de llorar y mis manos temblaban, era tanta la emoción que, sin pensarlo dos veces, cuando el Papa dio los buenos días yo grité en mi italiano mastica’o: “Bongiorno Papa”, con la esperanza que me escuchara.

En cuanto el Papa dejó de saludar, y hubo un breve silencio, sin pensarlo dos veces proyecté mi voz de la mejor manera posible diciendo: “¡Viva el Papa Francisco!”. Yo juro que me escuchó, o más bien eso quiero pensar.

Habrá quienes piensen que por qué hay que tener tanta deferencia con una persona que vive en un lugar que guarda tanto oro, cuando hay tanta pobreza en el mundo. A esas personas les digo que es cuestión de fe.

El Papa Francisco representa el líder de nuestra iglesia para aquellos que profesamos la fe católica, pero también se ha convertido en ese Papa que ha revolucionado la iglesia y ha puesto al ser humano en el centro de ella.

Si los seres humanos dejáramos de pensar en nuestros intereses personales y lo hiciéramos más en todo aquello que necesitamos para construir un mundo más justo, serían más lo que comprenderían la función de “Paquito”, un Papa que ha venido a transformar nuestra iglesia.

“La esperanza sorprende y abre horizontes, nos hace soñar lo inimaginable y lo realiza”. Él ha sido el responsable de regalarle esperanza a una iglesia que está dormida, una iglesia que enfrenta los retos del siglo XXI, pero que por suerte cuenta con un líder que vive en el aquí y el ahora.

¡Viva el Papa Francisco hoy y siempre!