Siempre hay más de una lectura para el tema del narcotráfico.

La empresa criminal se ha propagado como un virus, sembrando el terror en las comunidades puertorriqueñas. Es la razón principal de la alta incidencia de asesinatos, entre otros crímenes que se relacionan con la venta y distribución de sustancias controladas. Afecta a todas las familias en el país de manera directa o indirecta. Es un arma que ataca indiscriminadamente.

Esta parece ser la lectura más evidente.

1

El sufrimiento familiar no se puede cuantificar en dólares y centavos, no se tabula bajo los crímenes en la Policía, es un dolor que transforma y que se multiplica. Y quienes pagan el precio mayor son los adictos. En los casos más extremos son tratados peor que los animales por los dueños de los puntos. En los juicios de grandes capos que han caído ante el yugo de las agencias federales se confirma este abuso rampante. 

Pero no hay que ir muy lejos. Todos somos testigos cuando conducimos por la carretera, cuando caminamos al colmado, cuando visitamos zonas de alta incidencia criminal, áreas grises de nuestro entorno urbano difícil de definir. Los vemos deambulando las calles, fantasmas en vida que persiguen su última cura, como un antídoto a circunstancias personales que intentan escapar nublando su pensamiento.

Esta es una realidad que no se puede echar a un lado, que no se puede descartar ni obviar cuando se habla del dolor que experimentan, sí, así es, los familiares de los narcotraficantes, de las mismas personas que organizan una empresa criminal para darse una vida de ricos, aunque la misma termine corta con un disparo. 

La semana pasada la noticia del arresto de uno de los hijos del fenecido ex superintendente de la Policía Pedro Toledo acaparó la atención de los medios. En el 1999, el individuo, José E. Toledo Bayouth, había sido arrestado como parte de un esquema que movía drogas desde el aeropuerto de Miami. Ahora, de  ser encontrado culpable de los nuevos cargos de narcotráfico, podría enfrentar una cadena perpetua.

Lo que era palpable desde el saque también era el dolor de una familia tratando de entender lo impensable, el arresto, por segunda ocasión, de un familiar que, según las autoridades, quería comprar 25 kilos de cocaína para su reventa en Estados Unidos. 

En primer plano también están los miles de otras víctimas, todas con un nombre y apellido, que se perdieron en el laberinto de la droga. Están los casquillos desperdigados por el suelo de los perjudicados, víctimarios o inocentes, que murieron por un materialismo cruel y desenfrenado.