Hace un buen tiempo que no me domina la patriotería hueca del “orgullo boricua”. Por supuesto que sí tengo sentido de pertenencia y un profundo amor por Puerto Rico. Precisamente por amor es que se sufre por este lugar, idóneo para construir un buen país, en el que me tocó nacer.

Con los deportes, sin embargo, cada vez que un boxeador puertorriqueño tiene un combate importante o el equipo de béisbol juega el Clásico Mundial, por dar algunos ejemplos, sí siento que me representan. Consciente de lo que algún día me enseñó mi padre –refiriéndose más bien al ámbito político-, de que el fanático no piensa, sino que siente, me entrego en cuerpo y alma, y gozo y sufro y me pongo nervioso... (En el ámbito deportivo sí se puede, sobre todo en esta profesión, ser fanático y al mismo tiempo pensar, analizar; pero ese es otro tema.)

El baloncesto fue mi gran primer amor como disciplina atlética. Tan temprano como a los seis o siete años, además de comenzar a quemar tenis en la cancha de brea de mi colegio o en el barrio, veía los juegos del Baloncesto Superior Nacional. Pero el Equipo Nacional fue y es mi más grande amor, para bien y para mal.

Recuerdo estar pendiente de los juegos de la Selección en las Olimpiadas de Seúl en 1988, con apenas ocho años recién cumplidos, con Angelo Cruz penetrando frente a unos gigantones de Yugoslavia… Desde entonces, cada verano se resumía en las finales de la NBA en junio, las vacaciones familiares en la playa y los compromisos de los Doce Magníficos.

Así, recuerdo cada triunfo importante y cada derrota desconsoladora hasta el sol de hoy como experiencias de mi vida. Ahora, de adulto, no me alejo mucho de los sentimientos de adolescente que afloraban con cada partido: coraje, gritos de celebración o simple dolor por no lograr las victorias deseadas.

Al fin y al cabo, creo que de eso también se trata la belleza del deporte, de sentir esa pasión irracional por algo que, a fin de cuentas, es un juego. Es algo parecido a la música, cuando una canción llega hasta los huesos y conmueve sin necesariamente entrar en un análisis racional de lo que se escucha.

En estos días se celebra el compromiso más importante de la Selección boricua de este año, el Premundial de las Américas. Puerto Rico tiene un buen equipo, siempre ha contado con el talento a pesar de alejarse de la elite del básquet mundial, pero sus contrincantes están muy parejos entre sí.

Así que, aunque espero poder celebrar muy pronto la clasificación a la Copa del Mundo del próximo año, también sé que aun en los partidos que “ganemos” (sí, me incluyo), siempre se sufre también. Así es el amor…