Aquellos que desean ser inmortalizados dejan una obra como legado para las futuras generaciones.

Así tenemos personajes históricos que, gracias a sus grandes gestas, tienen sus nombres en los textos de historia. Otros han escrito libros que perduran con los tiempos o pinturas que permanecen por siglos en los museos más famosos del mundo.

Pocos, sin embargo, pueden decir que su inmortalidad está asociada con aquello que nos llevamos a la boca. Pienso que es bueno que se relacione tu nombre y tu existencia con algo que da tanto placer, como lo es comer.

Por ejemplo, Alfredo di Lelio jamás pensó que su nombre de pila se convertiría en ‘el apellido’ inseparable de una pasta: el fettucini Alfredo. Este cocinero de una trattoria en Roma, propiedad de su señora madre, inventó la receta de esta salsa blanca en el 1908. En Italia le llaman ‘pasta al burro’, no porque relacionen al pobre Alfredo con este animal, sino porque ‘burro’ en italiano significa ‘mantequilla’, uno de los ingredientes principales de esta exquisita salsa.

Otro caballero que dejó su nombre impregnado en las delicias del desayuno lo fue un corredor retirado de Wall Street en Nueva York a finales del siglo XIX de nombre Lemuel Benedict. Este señor, luego de una larga noche de copas, se levantó por la mañana con una resaca terrible, de esas que te hacen jurar al cielo que jamás vas a volver a tomar (aunque te olvides de ese juramento solo unas horas después). Pues la historia cuenta que el señor Benedict fue esa mañana al lujoso hotel Waldorf Astoria en la Quinta Avenida de Manhattan y pidió al mesero del restaurante un desayuno con los siguientes ingredientes: unos huevos pochados sobre un ‘muffin’, con jamón y una salsa holandesa por encima. Su teoría era que esa receta le ayudaría a copar con los estragos de su mala noche. De ahí el supuesto origen de los Huevos Benedictinos.

Y si te gusta la ensalada César, dale las gracias a Libio Santini, un emigrante italiano que, a sus 19 años, en el 1925, se refugió en la ciudad de Tijuana en México. Libio comenzó a trabajar en un restaurante en esta ciudad de Baja California y, para comer, solía prepararse un plato con lechuga romana, trozos de pan tostado, aceite de oliva, huevo y queso parmesano, entre otros ingredientes. Un día, una mujer que visitaba ese restaurante probó esa ensalada y le encantó. El dueño del restaurante, César Cardini, incluyó la receta en su menú y la hizo famosa bajo su nombre: Ensalada César. Esta es una de esas historias en que el crédito no se lo lleva el pobre inventor, sino el que le puso el nombre. En justicia a su creador, debió llamarse Ensalada Libio…

Y de México también vienen los famosos nachos. El nombre de este plato de comida se lo debemos a Ignacio Anaya, alias ‘Nacho’, quien vivía en la ciudad de Piedras Negras, cerca de la frontera con los Estados Unidos. El amigo Nacho era dueño de un restaurante en esa localidad y una noche, en el 1943, entraron al local las esposas de unos soldados estadounidenses de la base militar Fort Duncan, localizada al otro lado de la frontera con Texas. Ya era tarde y la cocina del restaurante estaba cerrada, pero las clientes estaban hambrientas, así que Nacho improvisó un plato con los ingredientes que tenía a la mano en aquel momento: unos totopos (tortillas de maíz bien tostadas) con queso por encima y jalapeños. El invento resultó ser un éxito y la fama del Nacho no tardó en recorrer el mundo.

Y tú, ¿qué estás esperando? ¡Invéntate una receta e inmortalízala con tu nombre!