Vivimos en un mundo ruidoso, exigente y lleno de cosas que no controlamos. Las noticias, los comentarios en redes, las actitudes de los demás, la economía, el clima, los boquetes en la carretera, Luma, el agua… y sin darnos cuenta, vamos cargando una mochila emocional con peso ajeno. Queremos que todo esté bajo control, pero la vida insiste en recordarnos que no es así. Y en ese torbellino descubrí, o redescubrí, el estoicismo.

Hace poco leí un libro que me impactó más de lo que esperaba: Stoicism: How to Use Stoic Philosophy to Find Inner Peace and Happiness. No es un texto denso ni académico; al contrario, es práctico, directo, y muy claro en su mensaje central: no puedes controlar lo que pasa, pero sí cómo respondes ante ello. Y en esa simpleza, hay una enorme libertad.

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Una de las ideas más poderosas del libro —y que me repito todos los días desde que lo terminé— es la diferencia entre lo que está en nuestras manos y lo que no. ¿Puedo controlar si llueve hoy? No. ¿Puedo controlar si alguien me trata con indiferencia? Tampoco. ¿Puedo lograr tapar todos los boquetes de las carreteras? Difícil. Pero sí puedo elegir mi actitud frente a esas cosas. Puedo decidir si me voy a amargar o si, por el contrario, acepto que hay cosas que simplemente son, y sigo adelante con serenidad.

El estoicismo no se trata de resignarse ni de dejar de sentir. No es apatía ni frialdad. Es más bien un arte de vivir. Una forma de entrenar la mente para no reaccionar de manera automática. Para no dejar que las emociones momentáneas nos arrastren. Para preguntarnos: “¿Esto que me molesta ahora, tendrá importancia en cinco días, cinco meses o cinco años?” Y muchas veces la respuesta es no.

Otra enseñanza importante del libro es el valor de la autodisciplina. En una época en la que todo nos invita a la gratificación instantánea —el clic rápido, la compra impulsiva, el desahogo inmediato—, el estoicismo nos recuerda que la verdadera libertad no está en hacer lo que queramos cuando queramos, sino en tener el control sobre nuestros propios impulsos. En saber esperar. En elegir con conciencia. En no ser esclavos de lo que sentimos.

También aprendí a repensar el concepto de felicidad. El libro propone que la felicidad no es euforia constante, ni una lista de logros cumplidos. Es, más bien, estar en paz con uno mismo. Dormir tranquilo porque hiciste lo correcto. Hablar con honestidad. Ser justo. Ser coherente. Y sobre todo, no depender de lo externo para estar bien por dentro.

Me quedé pensando mucho en una frase atribuida a Epicteto: “No es lo que te pasa lo que te afecta, sino lo que piensas sobre lo que te pasa”. Y qué cierto es. A veces convertimos en tragedias cosas que solo eran molestias. Y otras veces, con el enfoque correcto, atravesamos tormentas sin perder la calma.

Desde que terminé el libro, no he cambiado el mundo. Pero sí me ha cambiado la forma de caminar por él. Trato de hablarme con más claridad, de soltar lo que no me corresponde, de concentrarme en lo que sí puedo mejorar. No siempre lo logro, pero ahora tengo una brújula.

El estoicismo no es una moda ni una religión. Es una práctica. Un entrenamiento. Y sobre todo, una invitación a vivir con más propósito, más serenidad y más conciencia. En medio del ruido del mundo, me regaló silencio por dentro.

Te invito a que busques información sobre el estoicismo. Es una filosofía que te transformará tu vida. Te la recomiendo…