Tuve un excelente maestro de español que una vez me dijo: “Nunca uses un adjetivo que no vayas a describir”.

Ese consejo ha retumbado en mi mente por décadas.

Es cierto que, en ocasiones, caemos presos del uso excesivo de los adjetivos, esas palabras que se utilizan para modificar un nombre.

“¡Vendo FABULOSA y HERMOSA casa a un precio EXTRAORDINARIO!”.

Fabulosa, hermosa, extraordinario.

Como muy bien me decía mi maestro, un adjetivo que no se describe resulta vacío, hueco, abstracto.

¿Qué es una casa fabulosa? ¿De qué manera es hermosa? ¿Cuál es el precio extraordinario?

Muchas veces pecamos de caer en estas generalidades en nuestra comunicación.

El ser humano es visual: necesitamos recrearnos imágenes en la mente para poderlas entender. Un buen comunicador debe, por lo tanto, hablar o escribir de tal forma que su audiencia pueda imaginarse los conceptos. Para lograrlo, es importante describir en vez de decir.

Por ejemplo, si quiero vender una casa fabulosa y hermosa, será mucho mejor si la describo en vez de acumular una ristra de adjetivos. Intentemos un mejor texto:

“Vendo casa rural al estilo de un chalé suizo, con techo de dos aguas, ventanas francesas que dan hacia un jardín de flores y una doble puerta en caoba tallada a mano, a un precio 20% por debajo de su tasación”.

¿Ahora crees que es una casa fabulosa y hermosa? ¿Te convencí de que te la estoy vendiendo a un precio extraordinario?

Probablemente sí, porque en esta ocasión pudiste imaginarte la casa y entendiste que el precio era atractivo.

Describir es mejor que decir.

Ese es el gran reto que tienen los publicistas, por ejemplo, cuando escriben anuncios para la radio, ya que es el único medio puramente auditivo que no cuenta con el aspecto visual. Por lo tanto, si quieres vender una hamburguesa en televisión o en un anuncio impreso, solo tienes que mostrar la hamburguesa mediante una toma o una foto que te abra el apetito. Sin embargo, en la radio, estás obligado a describir la hamburguesa para que pueda tener el mismo efecto. Si vendes una “sabrosa hamburguesa”, no lograrás despertar el deseo de consumirla. Ahora bien, si la describes, de seguro que serás más efectivo:

“En dos panes recién horneados, calientes y mulliditos, dejamos caer un cuarto de libra de carne humeante, acabado de hacer a la parrilla, con un trozo de queso suizo derretido sobre ella, una lechuga fresca que resuena en tus dientes cuando la muerdes, un tomate recién cosechado, rojo y jugoso, todo envuelto en una capa de cremosa mayonesa”.

Está comprobado que la mente no sabe distinguir entre lo que ve y escucha. Si te presento un plato de carne encebollada, con arroz y habichuelas, amarillos y una raja de aguacate vas a salivar con la misma intensidad con que lo harías con solo imaginarte el plato (¿te está pasando ahora mismo?). Una buena descripción tiene el efecto de engañar la mente, al hacerle creer que lo está viendo, cuando en realidad solo lo está imaginando.

La mente es muy poderosa. ¿No te ha pasado que tienes sueños que se sienten tan reales que luego no estás seguro si los viviste o no? La mente a veces no sabe distinguir entre lo que ve y lo que imagina.

Por eso, cuando extrañes a un ser querido que ya no tienes a tu lado, cierra los ojos y recrea momentos felices que viviste con esa persona. Esa película mental será capaz de hacerte sentir que estás, de nuevo, con ella.

Inténtalo: tu mente no sabrá la diferencia...