Existen muchas expresiones que decimos en ‘piloto automático’ en nuestras relaciones cotidianas con otras personas.

Por ejemplo, cuando nos encontramos con alguien en la calle, lo primero que le preguntamos es: “¿Cómo estás?”.

La respuesta es siempre la misma: “Estoy muy bien, gracias, ¿y tú?”.

“Muy bien también, gracias a Dios”, respondemos.

Siempre me han llamado la atención estos intercambios genéricos que, en muchas ocasiones, no reflejan la realidad de cómo estamos.

Sería genial, por aquello de ser honesto y transparente, contestar la verdad:

“Bueno, ya que preguntas, te cuento que no estoy muy bien que digamos: tuve una semana espantosa en el trabajo, descubrí que mi esposa me es infiel con el vecino y me ha salido una ampolla terrible en el dedo grande del pie izquierdo que ni te cuento”.

Es más fácil decir “Muy bien gracias, ¿y tú?”. Te evita entrar en muchos detalles y te permite proseguir con tu vida.

Sin embargo, con nuestro círculo más íntimo de amigos y familiares, solemos ser más descriptivos sobre cuán miserables o maravillosos nos sentimos. En Puerto Rico, por ejemplo, tenemos muchas maneras curiosas y particulares de expresar estos estados de ánimo.

Por ejemplo, luego de una semana ardua de trabajo, en el fin de semana ‘estás hecho un etcétera’. Esa palabra, ‘etcétera’, agrupa todos los posibles calificativos que describen lo mal que te sientes. En vez de tener que enumerar que te sientes cansado, nervioso, triste, confundido, malhumorado, adolorido, perplejo y anonadado, lo resumes todo con un sencillo ‘etcétera’.

De igual manera, puedes ‘estar hecho un ocho’. ¿Por qué el número ocho y no el siete o el cinco? Es probable que tenga que ver con su forma giratoria e infinita, en que no se sabe dónde comienza ni dónde termina, lo que da una sensación de mareo y de no poder salir del laberinto en que se ha convertido tu existencia.

Asimismo, podrías ‘estar hecho leña’. Como dice el refrán, “del árbol caído todo el mundo hace leña”, es decir, te pican en pedazos para usarte como combustible y luego convertirte en cenizas que se lleva el viento. Así pues, las ‘leñas’, por lo visto, no la pasan muy bien.

Por otro lado, puede ser que tu vida vaya, de verdad, muy bien. En ese caso, también tenemos a la mano varios recursos lingüísticos que nos permiten expresarlo con cierta creatividad.

“Estoy en las papas”, pudieses decir. Este famoso tubérculo, cuyo nombre procede del quechua, es sinónimo de abundancia: al ser tan económico es de fácil adquisición y consumo.

Por esa línea, pudieses decir que “estás en las vacas gordas”, cuyo referente es el primer capítulo del Génesis en la Biblia en que un faraón soñó con siete vacas flacas que se comieron a siete vacas gordas, lo que representaba el paso de la fortuna a la miseria. Cuando te va bien estás en las vacas gordas, mientras que cuando te vaya mal estarás en las vacas flacas, en cuyo caso “la piña estará agria” (la fortuna pasa a la miseria, como lo dulce pasa a lo agrio).

Y del Génesis viene, también, la expresión “pasar las de Caín”, en referencia a lo mal que lo pasó este hijo de Adán y Eva luego de haber matado a su hermano Abel.

En este artículo he compartido contigo posibles expresiones para responder, con más originalidad, a la pregunta cotidiana de “¿cómo estás?”. Te invito a que incluyas estas y muchas otras que nuestro idioma te provee para darle más color y dramatismo a tu comunicación.

¿Que cómo estoy yo?

Como coco (y no del rancio).