Hace poco, conversaba con una persona muy cercana que atraviesa un momento duro. En medio de la conversación me dijo algo que me impactó: “No sé para qué sigo”.

Esa oración me hizo recordar algo que leí hace años y que nunca he olvidado: lo que realmente nos salva en la vida no es evitar el dolor, sino tener un propósito.

Víktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, lo explicó mejor que nadie: el ser humano puede soportarlo casi todo… si tiene un ‘para qué’. Él lo vivió en carne propia en los campos de concentración nazis. Vio morir a muchas personas, pero también vio cómo otros resistían lo inimaginable porque dentro de sí tenían una razón para vivir. Y esa razón les daba fuerza, les organizaba el caos, les daba dirección. En medio del horror, el sentido del propósito era su ancla.

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Seguro conoces la historia del accidente aéreo en los Andes, cuando en 1972 un avión uruguayo se estrelló en la cordillera. Hay un par de películas muy buenas sobre aquel suceso. Los sobrevivientes estuvieron más de dos meses atrapados en el hielo, sin comida, con frío, miedo y muerte a su alrededor.

Entre ellos hubo uno que resistió porque tenía un propósito claro: encontrar ayuda, llegar a su padre y decirle que estaba vivo. Ese ‘para qué fue más fuerte que la nieve, que el hambre, que la desesperanza. Y fue lo que lo salvó.

Muchas veces creemos que lo que nos tumba es la crisis. Que es la pérdida del trabajo, la enfermedad, el divorcio, la traición. Pero no. Lo que nos tumba de verdad es sentir que no hay nada más por lo cual luchar. Es cuando la vida pierde sentido que todo se vuelve insoportable. Porque, como dijo Frankl, “la vida nunca es insoportable por sus circunstancias, sino por la falta de sentido y propósito”.

Una vez, en clase, les pregunté a mis estudiantes cuál creían que era el secreto para mantenerse firme en medio del caos. Muchos dijeron “la fe”, otros “la familia”, algunos “el carácter”. Pero una joven me dijo: “tener algo que te mueva todos los días, aunque sea chiquito”.

Muy cierto. A veces creemos que el sentido de la vida tiene que ser algo épico. Pero no.

No es que tener un propósito elimine el dolor. No es una anestesia. Pero sí es una brújula. Una fuerza que te dice: “Sigue. Aún no es momento de rendirse”. Y ese propósito no tiene que ser grandioso ni famoso. A veces es tan simple como cuidar de un hijo, terminar un proyecto, defender una causa, escribir un libro, o simplemente volver a ver a alguien que amas.

Por eso, cuando sientas que todo te pesa demasiado, pregúntate: ¿cuál es mi propósito ahora mismo? ¿Qué me mueve? ¿Qué me da sentido?

Y si no lo tienes claro, no te preocupes. El sentido de la vida no siempre aparece como una revelación divina. A veces hay que construirlo. Buscarlo. Probar cosas nuevas. Volver a conectar con lo que antes te apasionaba.

Como dijo Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cosa”. Ahí está el secreto: en tener una meta, un proyecto, un propósito.

Pregúntate: ¿Qué es lo próximo que vas a hacer? ¿Cuál es tu propósito?

¡Búscalo!