Cada uno de nosotros necesita un “algo” que lo entusiasme.

No hablo necesariamente de grandes metas profesionales ni de conquistas épicas. Me refiero a esos pequeños proyectos personales que, aunque modestos, nos llenan de propósito diario y nos sacan del piloto automático.

Puede ser el huerto casero que estás cultivando en el balcón, la novela que llevas años escribiendo a ratos, el rompecabezas de 2000 piezas que armas los fines de semana o ese curso de cocina italiana que tomas en línea. A primera vista, pueden parecer triviales, pero encierran un valor emocional enorme. Son pequeños faros que les dan dirección a los días.

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He conocido personas que, al jubilarse, entran en un vacío existencial. La rutina del trabajo había sido su única estructura de propósito. Al perderla, se quedan preguntándose: “¿Y ahora qué hago?”. El problema no es la falta de tiempo, sino la falta de proyectos. El ser humano necesita sentirse en constante construcción. No importa cuán pequeño sea el proyecto: necesitamos tener algo pendiente que nos ilusione.

En mi caso, confieso que uno de mis proyectos personales recientes ha sido el regreso de En Buen Español a las redes sociales. Desde hace unas semanas, publico cápsulas breves tres veces a la semana: los lunes corrijo errores comunes del idioma, los miércoles comparto curiosidades del español, y los viernes exploro temas de comunicación efectiva. Cada cápsula requiere todo un proceso creativo que, aunque exige tiempo y esfuerzo, lo disfruto intensamente.

En paralelo, otro de mis proyectos personales ha sido esta columna semanal. Cada lunes me siento a pensar en qué tema me gustaría explorar, qué vivencia o reflexión puede conectar con los lectores. A veces la idea surge con claridad, y otras veces me toma horas encontrar el tono justo. Reescribo párrafos, corto lo que sobra, leo en voz alta. Busco que lo que escribo tenga intención, que diga algo con peso, sin ser solemne. Cuando finalmente envío la versión final, siento que cumplí conmigo mismo. Escribirla es un compromiso, pero también un regalo.

Una colega que enseña en una escuela pública me contó que, como estaba saturada de la rutina, decidió usar parte de sus tardes para aprender a hacer velas aromáticas. No tiene una tienda ni quiere tenerla. No es por dinero. Es por ella. Por tener un espacio donde crear algo bello con sus manos, a su ritmo, en silencio. Desde entonces, dice que duerme mejor, se siente más centrada y hasta más feliz en su trabajo.

A veces subestimamos el poder que tienen estos pasatiempos. Pensamos que son innecesarios, cuando en realidad son formas de cuidar nuestra salud emocional. Nos permiten crear, aprender algo nuevo, retarnos, explorar intereses que tal vez habíamos olvidado. Y sobre todo, nos permiten desconectar del ruido exterior y reconectar con lo que somos.

Es curioso cómo, cuando tenemos un proyecto que nos ilusiona, los problemas cotidianos parecen más manejables, los contratiempos pesan menos y las preocupaciones no ocupan tanto espacio mental. Esa pequeña ilusión del proyecto en que estamos trabajando actúa como un contrapeso emocional.

Por eso, si hoy sientes que los días se te están haciendo demasiado planos o repetitivos, tal vez lo que necesitas no es un gran cambio de vida, sino un pequeño proyecto personal. No para lograr algo grandioso ni tampoco para complacer a nadie. Solo para recordarte que estás vivo, que tienes ideas, manos, tiempo y corazón.

Hazlo. Hoy. Aunque sea un primer paso. Vas a ver lo bien que te hará sentir…