Despotricar en contra del que se lo merece (o no) es una costumbre tan antigua como la de mirar los atardeceres. Quienes dominan este arte evitan caer en el insulto fácil, ese que suele venir acompañado de palabras groseras, disparadas a lo loco, como una ametralladora descontrolada. Eso es, realmente, de muy mal gusto. Siempre están los que recurren a la opción del ingenio y la elegancia, con el fin de desarrollar con gracia el sofisticado arte del insulto.

En esta liga, hay anécdotas históricas que contar. Personajes que se destacaron por su agudeza mental, su sentido del humor y su vasto dominio del lenguaje.

Comencemos con Francisco de Quevedo, el famoso poeta del Siglo de Oro español que escribió aquello de “Érase un hombre a una nariz pegada, érase una nariz superlativa… érase un elefante boca arriba…” para burlarse, finamente, del escritor español Luis de Góngora, su mayor adversario y rival literario de la época. ¡Qué curiosa manera de decirle ‘narizón’ al enemigo!

Quevedo era famoso por su personalidad satírica y burlona.

Se cuenta que realizó una apuesta con sus amigos, la cual consistía en decirle en la cara a la reina consorte de España, Isabel de Borbón, que ella era una coja. Tal parece que la señora padecía de un pequeño defecto físico que le hacía cojear, y le molestaba mucho que se lo recordaran.

Para ganar la apuesta, Quevedo se presentó en una recepción de palacio con dos flores: en una mano llevaba un clavel y, en la otra, una rosa. Se detuvo ante la reina y le dijo: “Señora, traigo lo que solo es un anticipo del ramo que os traeré. Desconociendo vuestra flor favorita, entre el clavel y la rosa, su majestad ESCOJA”. Le dijo coja a la reina, sin que ella se diera cuenta...

Otro clásico fue el del ex primer ministro británico Winston Churchill en contra de una política estadounidense llamada Lady Nancy Astor.

Tal parece que ambos, durante una cena, tuvieron un intercambio acalorado, en que Astor le dijo a Churchill: “Si fueras mi marido, envenenaría tu té”. Churchill, sin titubear, le respondió: “Si fueras mi esposa, bebería ese té”.

A Churchill se le atribuye otro insulto épico, en esta ocasión en contra del presidente francés Charles de Gaulle. Ambos discutían sobre una operación militar que consideraban realizar. Churchill argumentaba que la operación era demasiado costosa y poco rentable, lo que molestó a de Gaulle. En un momento, el presidente francés dijo: “Ustedes, los ingleses, solamente pelean por dinero; deberían aprender de nosotros, los franceses, que luchamos por el honor y la dignidad”. A lo que Churchill contestó: “Bueno, cada uno pelea por lo que le hace falta”. ¡Terrible!

En Puerto Rico también tenemos nuestros ejemplos de insultos ingeniosos. Llegó a mis oídos la historia de un comentarista político que se encontró de frente, en una de las calles del Viejo San Juan, a un legislador que él había criticado públicamente de manera fuerte y constante. Al verlo, el comentarista quiso ser educado y le extendió su mano para saludarlo; el legislador, ofendido, se la negó y le dijo: “Yo no saludo a hijos de p…”. La respuesta del comentarista fue devastadora: “Tú no, pero yo sí”.

Al final, el que insulta, ya sea que lo haga de manera grosera o elegante, termina por hacerse daño a sí mismo. Ya lo decía el filósofo griego Diógenes de Sinope: “El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe”. Recordemos que siempre seremos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos. Así que, evitemos los insultos… calladitos nos veremos más bonitos.