Admito que soy de los que le cuesta sentarse en el sofá de la casa, con los audífonos puestos y una copa de vino en la mano, para apreciar y disfrutar de la música de Bad Bunny.

Sin embargo, reconozco que no puede ser casualidad que él sea considerado el primer artista de habla hispana en la historia, el más escuchado a nivel mundial. No se llega a ser un ídolo global y romper todos los récords de reproducciones, así porque sí. En Spotify tiene más de 40 millones de oyentes… ¡mensuales! Es el artista con más ‘streams’ en el mundo.

Tiene que haber alguna explicación lógica, pero… ¿cuál?

En varias ocasiones he hecho el intento: abro Spotify, busco una canción al azar y trato…

Trato.

Me digo: “Algo debe tener para que tantas personas lo adoren. A lo mejor es un gusto adquirido. Hay que seguir probándolo a ver si “le cojo el gustito”.

Y razono: “Lo mismo le pasaba a Vincent van Gogh, que en su época no lo entendían, que consideraban el estilo de sus pinturas como una aberración. Sin embargo, luego resultó ser visto como un genio y sus obras valen millones de dólares hoy día”.

¿Qué me pasa? ¿Me estaré poniendo viejo? Ya sueno a mis padres, que tanto criticaban la música que yo adoraba en los 80: Iron Maiden, Billy Idol, Def Leppard. “Eso no es música; eso es ruido”, me decía mi papá.

Inténtalo, Gabriel. Dale una oportunidad a Bad Bunny. ¡Vamos, abre tu mente!

Trato.

Pienso que tal vez no debería comparar la letra de Bad Bunny con la poesía de Silvio Rodríguez o la de Facundo Cabral. Al final, no todos los grandes músicos que admiro escribieron siempre grandes letras. Soy un fanático de los Beatles, la banda más grande que jamás haya existido, y la verdad es que no hay mucha profundidad en “She loves you, yeah, yeah, yeah”.

Tal vez no debería comparar la voz de Bad Bunny con la de Danny Rivera o Héctor Lavoe. Ahora que lo pienso, soy un gran fanático de la música de Bob Dylan y, su voz, no es muy melodiosa que digamos.

Trato.

Un amigo me dijo: “Escucha ‘Safaera’, te va a gustar”.

“¿Safaera? Ok, la escucharé en el carro”, le contesté.

Por poco choco.

La canción, sin embargo, se había convertido en el himno oficial de España y Latinoamérica durante los meses de confinamiento por el COVID-19 y por poco se forma una revolución cuando Spotify eliminó la canción de su lista. En pocas horas, bajo una gran presión en todas las redes sociales, el glorioso himno ya estaba de vuelta para el disfrute del planeta entero.

Las canciones de Bad Bunny no solo apelan a los hispanoparlantes. Su música, cantada en español, la escuchan alrededor del mundo y la bailan y la tararean, aunque no sepan lo que dice. El conejo malo se ha convertido en, quizás, el principal embajador de la lengua española alrededor del globo.

El idioma es el medio que tienen los humanos para conectar con los demás. Como comunicador que soy, tengo que quitarme el sombrero ante este joven puertorriqueño que tiene un mensaje que compartir y que, con su estilo único e irreverente, ha logrado conectar con millones de personas.

Eso no es poca cosa.

Bad Bunny tiene el poder de fuerza nuclear, con el simple uso de sus palabras, de llamar la atención de una audiencia abrumadora y crear un impacto en la humanidad. Pocos mortales tienen esa capacidad.

El reconocer este poder no tiene nada que ver con la opinión que se pueda tener sobre su talento y su música. Eso es irrelevante. Como dicen por ahí, “para los gustos los colores.” Lo importante es que, al final, sea para bien la inmensa influencia mundial de este joven vegabajeño...