Hay quienes piensan que hablar buen español es hablar como un noticiario de Madrid o como una telenovela de Televisa. Pero, ¿y si te dijera que el español correcto también puede tener acento boricua?

En esta columna, En Buen Español, siempre he defendido el buen uso del idioma… pero eso no significa que tengamos que renunciar a nuestras raíces lingüísticas. Porque, sí: pueden convivir el español general y los dialectos regionales, como el nuestro, el puertorriqueño. Y no solo pueden: deben. De hecho, cuando esa convivencia se da con naturalidad, el idioma florece.

El español es como una casa grande con muchas habitaciones. En unas se dice ordenador, en otras computadora; en unas se dice conducir, en otras guiar; en unas te ofrecen un zumo de naranja, y en otras, como en la mía, un juguito de china. Y todas esas habitaciones caben en la misma casa. Lo importante no es que todos digamos lo mismo, sino que nos entendamos. La lengua no se empobrece por tener variantes; se enriquece. Porque el idioma no es una camisa de fuerza, es una prenda a la medida del pueblo que la lleva.

El español puertorriqueño tiene una identidad propia. Le quitamos la “d” a mitad de palabra (pescao, apretao, cansao), decimos voy pa’ casa en vez de voy para la casa, y usamos palabras que en ningún otro sitio significan lo mismo: chavos, janguear, zafacón. ¿Está mal eso? Para nada. Lo que sería un problema es escribirle un informe al jefe con “yo janguié to’ el weekend y el lunes me tiré pa’ la oficina a lo loco”. Pero si estás en confianza con los panas, ¿por qué no hablar como te sale del alma borinqueña?

Aquí está la clave: conocer el español general nos da herramientas para expresarnos mejor en contextos formales, profesionales, académicos. Pero nuestro dialecto nos conecta con nuestras raíces, con nuestra cultura y con los nuestros. Y ambos registros pueden convivir sin problema, como buenos vecinos. Es como tener dos prendas de vestir: una para la gala y otra para el jangueo. ¿Vas a ir al tribunal con chancletas? No. ¿Vas a ir a la playa con chaqueta y corbata? Tampoco. Pues lo mismo pasa con el idioma.

Imagínate esta escena: estás dando una presentación en una conferencia internacional. Dices: “Según los datos recogidos en la investigación, se observa una tendencia ascendente en los indicadores de desempeño.” Perfecto. Español general, formal, claro. Terminaste, bajaste del podio, y se te acerca otro boricua: “¡Diantre, bro, la partiste!” Y tú: “¿Verdad que sí? Me salió más nítido de lo que pensaba.” ¿Hay contradicción? Ninguna. Hay versatilidad lingüística.

En mis redes sociales, he tenido la dicha de compartir cápsulas junto a Sheila Torres, creadora del proyecto Dialecto Boricua, y hemos demostrado precisamente cómo el llamado “buen español” puede convivir con nuestro modo de hablar puertorriqueño. Juntos explicamos palabras del español general y del español puertorriqueño. Y lo hacemos con humor, con cariño y con respeto por nuestra forma de hablar, sin complejos y sin pedir permiso.

El peligro real no está en usar el español general, sino en pensar que nuestros modismos y expresiones “no valen”. Ahí es cuando empezamos a abandonar lo nuestro, a cambiar el ñangotarse por el agacharse solo porque suena “más correcto”. Pero el problema no es la palabra. El problema es pensar que lo nuestro es inferior.

Así que hablemos bien, escribamos mejor… y sigamos diciendo “¡acho, PR es otra cosa!”, con orgullo y sin complejos.

Porque comunicar bien es poder, y hablar boricua también es hablar en buen español…