El latín no está tan muerto como nos han querido hacer creer.

Ese antiguo idioma, del cual se han derivado las lenguas romances que conviven en nuestro mundo hoy día (el español, francés, italiano y portugués, entre otros), aún tiene pulso y respira entre nosotros.

No hay más que escuchar la cantidad de latinismos que utilizamos con frecuencia. Están los latinismos crudos (los términos que se toman prestados, tal cual, del latín y que se deben escribir con su grafía original, entre comillas o en cursiva) y los latinismos adaptados (aquellos que proceden del latín, pero que se han españolizado y ahora se escriben con la ortografía actual).

Por ejemplo, en el Parque Central del municipio de San Juan, en donde está situada la piscina olímpica, vemos bien grande la palabra “natatorium” para referirse a este espacio. También existe el término en español ‘natatorio’, pero en latín como que tiene más caché...

En el ámbito jurídico se utilizan muchos latinismos, tanto crudos como adaptados. La razón es que las raíces de nuestro derecho actual tienen su origen en el romano. Cuando hablamos del derecho que tiene todo ciudadano a comparecer ante un juez o tribunal para que se determine la legalidad de un arresto, nos referimos al “habeas corpus”, término en latín que significa ‘que tengas tu cuerpo para exponer’. En esos casos, tu cuerpo se expone ante la evaluación de la justicia.

En nuestro hablar cotidiano, mencionamos, sin darnos cuenta, un sinnúmero de latinismos adaptados que, al escribirlos, se dejan llevar por las normas ortográficas del español moderno. Por ejemplo, un abogado te prepara un ‘afidávit’ (del latín “affidavit”). Asimismo, tenemos palabras españolizadas como ‘déficit’, ‘superávit’, ‘estatus’, ‘facsímil’, ‘hábitat’, ‘herpes’, ‘lapsus’, ‘memorándum’, ‘referéndum’, entre tantas otras.

Aún se conservan algunas palabras del latín en asuntos relacionados con la Iglesia. Por ejemplo, cuando el cónclave (junta de cardenales que elige al nuevo papa), escoge finalmente al sucesor de San Pedro, aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro el cardenal protodiácono, quien le anuncia al mundo la elección del nuevo papa con estas famosas palabras: “Habemus papam”.

El latín, de hecho, está vivo en El Vaticano. Si entras a su sitio oficial (www.vatican.va), vas a encontrar una versión en latín de la página. Al ser el latín uno de sus idiomas oficiales (el único país del mundo que lo tiene), los cajeros automáticos tienen la opción de mostrar las instrucciones en latín. Seguro que los romanos nunca se imaginaron que su idioma estaría en unas ATH, más de 1,000 años después.

Hasta hace unos 60 años, el latín era el idioma utilizado en todas las misas católicas alrededor del mundo. Con el Concilio Vaticano II, durante la primera mitad de la década de los sesenta, esto dejó de ser así. Todavía algunos de nosotros, o nuestros padres y abuelos, recuerdan aquellas misas en que el cura se paraba de espalda a los feligreses y recitaba toda la misa en aquel lenguaje que no entendíamos.

De ahí surge, por cierto, una de las palabras que usamos hoy día: ‘santiamén’. Cuando vas a hacer algo rápido, dices que lo vas a hacer ‘en un santiamén’. La expresión viene del momento en que el cura terminaba la misa y se persignaba mientras decía en latín: “In nomine patri et filii et spiritus SANCTI, AMEN”.

“…sancti, amen”.

Eso era lo único que las personas aprendían, por lo que se persignaba a toda velocidad y decían: “bla, bla, bla… santiamén”.

Curiosidades de nuestro pasado latín, que aún respira…