En Puerto Rico, vivimos rodeados de mar, y esto tiene un efecto muy profundo en nosotros.

Lo sentimos cuando el salitre nos pega en la piel, cuando el sonido de las olas se cuela por la ventana, pero sobre todo, en nuestras expresiones cotidianas.

Desde pequeño, recuerdo a mi papá usar frases como “vamos viento en popa” cuando todo iba bien en casa. O cuando algo salía mal, decía con resignación “eso se fue a pique”. Yo no entendía muy bien lo que quería decir, pero me sonaban a mar, a barcos. Hoy, ya de adulto, me doy cuenta de que aquellas expresiones eran brújulas para entender la vida.

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Decimos que estamos con el agua al cuello cuando la cosa aprieta. Que alguien está como pez en el agua si se luce en lo que hace. Que un proyecto naufragó si no dio pie con bola. Que navegamos en aguas turbulentas cuando todo está revuelto, ya sea en la política, en el trabajo o en la familia. Es que el mar se nos cuela hasta en las palabras.

Una de las expresiones más sabias —y más utilizadas por las abuelas y los jefes por igual— es: “Donde manda capitán, no manda marinero”. Es una forma contundente de recordar tu lugar. Pero también encierra algo más profundo: saber cuándo liderar y cuándo apoyar. No se trata solo de jerarquía, sino de armonía. Porque no hay barco que llegue a puerto si todo el mundo quiere llevar el timón.

Y justo en esta época, en la que parece que cada quien rema para su lado, vale recordar otra frase que escuchamos mucho durante la pandemia, pero que sigue teniendo fuerza: “Estamos todos en el mismo barco”. Y no es cliché. Es una verdad poderosa. Si uno hace un boquete, todos nos hundimos. Debemos remar juntos, aunque no estemos de acuerdo en todo.

Hace poco, en una conversación con mis estudiantes, surgió la frase “remar contra la marea”. Hablaban de luchar por sus sueños a pesar de las críticas o de la falta de apoyo. Y yo les dije que sí, que a veces hay que remar contra la corriente… pero que no se puede remar solo todo el tiempo. Que hay que rodearse de buena tripulación. Que hasta los mejores capitanes se cansan si no hay quien les eche una mano.

Y por cierto, no todo lo que tiene que ver con el mar es tragedia o lucha. Hay frases que nos retratan en nuestras contradicciones humanas: cuando nos paraliza un mar de dudas, cuando nos sentimos a la deriva sin saber qué dirección tomar, cuando simplemente perdemos el rumbo por miedo, ansiedad o cansancio. A veces nos dejamos llevar por cosas pequeñas y terminamos ahogándonos en un vaso de agua, sin darnos cuenta de que el verdadero problema está más adelante, en aguas profundas, donde hay que tener calma y cabeza fría para no hundirse.

Pero también hay esperanza en este mar de metáforas. A veces soplan vientos de cambio, y lo que parecía un naufragio se convierte en una oportunidad para zarpar de nuevo. Lo importante es tener el valor de soltar el ancla y moverse.

El mar tiene su manera de recordarnos lo frágiles y, a la vez, lo resistentes que somos. Nos obliga a adaptarnos, a fluir, a leer el cielo antes de que llegue la tormenta. Nos enseña que la vida, como una travesía, tiene días de calma y otros de fuerte oleaje.

Y sobre todo, nos enseña que lo importante no es cuán grande sea el barco, sino con quién lo navegas.

Al final, relájate y déjate llevar por la corriente…