Sí, mi vecino tiene un cerdito en su casa; es su mascota. ¿Qué fue lo que entendiste al leer el titular, ah? ¿Pensaste que mi vecino era un cerdo? ¿Te creíste que hablaría mal, en este medio, de mi querido vecino? Jamás mordería yo la mano de aquel que me suple mantequilla o azúcar en momentos de desesperada necesidad.

Si el titular te confundió, entonces experimentaste un típico caso de “anfibología”, una de las causas más comunes de mala comunicación que afecta la manera en que interpretamos lo que leemos o escuchamos.

“¿Anfibología? ¿Y con qué se come eso?”, quizás te preguntes.

La Real Academia Española lo define como “Doble sentido, vicio de la palabra, cláusula o manera de hablar a que puede darse más de una interpretación”.

En otras palabras, la anfibología causa confusión en el receptor del mensaje. Suele ocurrir como resultado de una pobre construcción de las ideas. Casi siempre es un error de sintaxis.

“Se venden zapatos para niños baratos”, recitaba un anuncio.

¿Quiénes son baratos? ¿Los zapatos o los niños?

Por regla general, los adjetivos deben ir justo después del nombre que modifican. Así pues, en esta oración, hubiese sido mejor escribir “Se venden zapatos baratos para niños”. El adjetivo “baratos” está justo después del verdadero sustantivo que modifica: “zapatos”.

Otro ejemplo en una etiqueta: “Jabón en barra para niños en forma de hipopótamo”. Según lo que expresa, si los niños no tienen forma de hipopótamo, no podrán usar el jabón. ¿Qué sería lo correcto? “Jabón en barra, en forma de hipopótamo, para niños”.

La anfibología también puede ocurrir como consecuencia del mal uso de los signos de puntuación. Para que tengas una idea, una coma mal puesta puede cambiar por completo el sentido de un mensaje. En el ejemplo siguiente, el mal uso de la coma puede fortalecer una relación de amistad o, simplemente, destruirla:

“Ven a casa a comer lechón”… Ahí le das las gracias a tu amigo por invitarte a comer a su casa.

“Ven a casa a comer, lechón”… Ahí la relación de amistad está en juego, por el insulto de llamarte “lechón”.

Hay un ejemplo muy interesante, planteado por el escritor Julio Cortázar, que muestra cómo una simple coma, según donde la coloques, puede convertirte en un machista o en un feminista. Vamos a hacer la prueba: pon la coma donde tú sientas que debe ir en la siguiente oración:

Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría de rodillas en su búsqueda.

¿Dónde pusiste la coma? ¿Después de “tiene” o después de “mujer”? ¿Te fijas en cómo cambia el sentido según dónde coloques el signo de puntuación?

La anfibología puede ocurrir también por el mal uso del posesivo “su”. Esto suele ocurrir cuando hablas con alguien a quien tratas de “usted”, mientras te refieres a una tercera persona durante la conversación. Por ejemplo:

“Hola, señor Pérez. Vine a la fiesta con mi esposa y su mamá”.

Ahí el señor Pérez te podría contestar: “¿Qué? ¿Vino usted con mi mamá?”

La confusión viene porque no queda claro si la frase “su mamá” se refiere a la mamá de usted o a la mamá de mi esposa. ¿Lo ves?

¿Cuál sería entonces la forma correcta de construir la oración para que no haya espacio para la anfibología?

Exacto: “Hola, señor Pérez. Vine a la fiesta con mi esposa y mi suegra”.

¿Te fijas? Es sencillo.

Tengamos, pues, cuidado al hablar y escribir para que no caigamos en la trampa de la anfibología. De esta forma, siempre estarás comunicándote… en buen español.