El “nuevo país” de Caguas está lleno de historias y leyendas que se reflejan en expresiones que usamos a menudo a lo largo y ancho de todo Puerto Rico, tales como “se acabó el pan de piquito” y “esas son pajitas que le caen a la leche”.

Cuando algo bueno se termina, decimos la primera expresión. Por ejemplo, tomemos una persona que recibe una buena cantidad de dinero gracias a un jugoso contrato. De la noche a la mañana, se cancela el contrato y el dinero que fluía, ahora escasea. ¿Qué pasó? Pues que se le acabó el pan de piquito… se le acabó lo bueno.

El pan de piquito es una de esas delicias para el paladar. Imagínate un pan de agua calientito, recién horneado, del cual le brotan, por ambos lados, unas puntas tostaditas como si fueran espinas en un tallo. Comienzas a cortarle los crujientes piquitos al pan y te los comes como si estuvieras saboreando un caviar o algún manjar de los dioses. Luego, le untas mantequilla sobre el resto del pan, te lo saboreas con una buena taza de café, y no sigo porque me están dando serios antojos…

Pues así de rico es el pan de piquito. Algunas panaderías en Puerto Rico aún lo venden.

La historia cuenta que en la década de los cuarenta había un famoso pregonero en el pueblo de Caguas que andaba por las calles vendiendo sus productos frescos del día. “Tengo lechuga, tomates jugosos, chinas dulces”, decía. También vendía nuestro famoso pan de piquito. Pero, como te imaginarás, la buena fama de este producto hacía que, en cuestión de minutos, ya los vendiera todos y no le quedara ninguno más. Entonces, para evitar que las personas lo detuvieran a pedirle un producto que ya se le había terminado, el pregonero aclaraba: “Tengo vegetales y frutas, pero se acabó el pan de piquito”.

¿Qué pensarían los residentes del casco urbano de Caguas? Pensarían que, si se acabó el pan de piquito, pues que se acabó lo bueno.

De ahí que hoy día digamos que, si algo bueno terminó, pues que ‘se acabó el pan de piquito’.

¡Qué fascinante nuestro lenguaje!

Algo parecido ocurre con la expresión, de origen cagüeña, “esas son pajitas que le caen a la leche”. Usamos esa expresión cuando queremos quitarle importancia a algún problema que nos aqueja. “Chacho, no te preocupes por eso… esas son pajitas que le caen a la leche”, solemos decir. Para entender su origen hay que indagar en la historia de la caña de azúcar de esta región.

Cuando vas por el expreso de Caguas en ruta hacia San Juan, seguramente habrás notado la vieja chimenea de ladrillos que aún sobrevive en los terrenos de lo que hoy día es el centro comercial Las Catalinas. Esa estructura era parte de una central azucarera que existía sobre ese terreno en tiempos pasados. La central era aledaña al casco urbano del pueblo de Caguas, como también lo era la Hacienda Santa Juana, localizada hacia el este de la ciudad.

Cuenta la historia que estas centrales expulsaban al aire una gran cantidad de pajitas negras que procedían del bagazo de caña que usaban como combustible. La brisa llevaba esos residuos hacia las casas del pueblo y entraban a las residencias por las ventanas y las puertas. Estas pajitas eran parte de la vida cotidiana del pueblo, y se dice que si caían en un vaso de leche los padres les decían a sus hijos: “Eso no es nada… tómatela… esas no son más que pajitas que le caen a la leche”.

Gracias, Caguas, por estas dos expresiones que tanto definen nuestra cultura.