La tecnología es maravillosa; nadie lo puede negar.

Aquellos de nosotros que vivimos la transición entre lo análogo y lo digital, apreciamos más que nadie la manera en que nuestras vidas se han simplificado.

¡Qué difícil era, en mis tiempos de estudiante, conseguir la información para algún ensayo! Las enciclopedias, aquellos dinosaurios que ocupaban tanto espacio en la casa, que costaban tan caras y cuyos datos comenzaban a caer en la obsolescencia desde el momento en que las comprabas, ya son cosas del pasado. Ahora, en esta era de la información, tenemos un caudal infinito de información disponible para nosotros en la punta de nuestros dedos. No hay absolutamente nada que no podamos encontrar hoy día en cuestión de segundos. Es, realmente, increíble.

Otro gran adelanto son los procesadores de palabras y las computadoras. Recuerdo lo frustrante que era escribir a maquinilla y no poder editar lo escrito luego de que te percatabas de los errores en un manuscrito. ¡Había que empezar de nuevo!

Hoy día, es tan fácil quitar, añadir o cambiar lo que sea necesario en tu texto. Y lo mejor de todo es que, ahora también, la tecnología es capaz de dejarte saber si cometiste algún error de ortografía. Es una ayuda increíble, ya que muchas veces no nos percatamos de los errores que cometemos al redactar, por más que miremos el escrito una y otra vez.

Adoro el corrector ortográfico, también conocido como el autocorrector o, para los amantes del espanglish, el ‘spell checker’. Lo uso constantemente. Me ha salvado de muchos disparates previo a publicarlos.

Sin embargo, ¡cuidado! Ninguna tecnología es infalible.

En el caso de los correctores ortográficos, por más ‘inteligentes’ que parezcan, no son capaces de saber lo que tienes en tu mente al momento de comunicar algo.

Por ejemplo, es posible que el sistema no te marque como error una oración como esta:

“La funcionaria pública”.

Todo parece estar bien con la oración; el autocorrector no la va a marcar como incorrecta.

Sin embargo, contiene un error que solo la persona que escribe el texto puede percatarse. El redactor quiso decir que una funcionaria va a publicar su libro. En ese caso, el acento en ‘pública’ no puede ir. Debió escribir:

“La funcionaria publica”.

¿Te fijas? Y esto es solo un ejemplo. Piensa en todas las palabras que pueden tener diferentes tipos de acentos, formas de deletrearse y que, cada una, le dan un sentido diferente a la expresión.

No es lo mismo ‘termino’, ‘término’ o ‘terminó’, ni ‘continua’ o ‘continúa’.

Tampoco es igual hablar de ‘consciencia’ o de ‘conciencia’. Ambas son correctas, pero la primera se refiere a la capacidad del ser humano para percibir la realidad y reconocerse en ella (tener consciencia de tu existencia), mientras que la segunda se relaciona con el conocimiento moral de lo que está bien y lo que está mal (tener mala conciencia). El autocorrector no te las marcará como incorrectas si las utilizas al revés.

Entonces, ¿cuál es la mejor solución?

Mi recomendación es que siempre utilices el corrector ortográfico para una primera mirada a tu texto, pero que luego hagas una revisión más profunda, con diccionarios y sitios de referencia en mano, para asegurarte de que no tengas algún error que la tecnología no haya detectado.

Al final, el autocorrector es una gran ayuda, pero no es bueno depender solo de él. Utiliza tu criterio también a la hora de asegurarte de que tu texto está bien escrito. Y vive en paz si, luego de realizado todo tu esfuerzo, aún así se te escapa alguna liebre…