Los honorables
¿Qué características debe poseer una figura ‘honorable’?

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 6 años.
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Toda persona electa por el pueblo recibe, entre sus muchos privilegios, el título grandioso e imponente de ‘honorable’. Ese título de cortesía también lo poseen los secretarios del gabinete (Hacienda, Educación, Trabajo, Recursos Naturales, etc.), los jueces, los cónsules.
En el caso de los gobernadores, senadores, representantes, alcaldes, asambleístas municipales, todos ellos se convierten, de la noche a la mañana, en privilegiados que merecen la distinción de ser considerados personas de honor.
¿Qué características debe poseer una figura ‘honorable’?
La dignidad, la decencia, la honradez, la rectitud, la honestidad son solo algunas de las obvias. Debe ser una persona que inspira respeto, no por el simple hecho de ocupar un cargo importante, sino porque su conducta es intachable, porque es un ejemplo de las cualidades que todo ser humano digno quisiera aspirar a tener. La persona honorable es un modelo, un mentor de la sociedad, un conglomerado viviente de virtudes ciudadanas que a todos nos inspira.
“Hijo: mira a ese hombre honorable y aprende de él, para que algún día tú también puedas ganarte ese título, ese reconocimiento, ese prestigio”. De eso se trata.
El título de honorable no debería venir, de forma automática, atada al puesto que una persona ocupa. El título de honorable debe ser algo que se gana por las ejecutorias sobresalientes de la persona que ostenta dicho cargo. Incluso, voy más allá: el título de honorable debería ser una característica ya existente de toda persona que quiera aspirar a un puesto en el gobierno. No debe ser un premio por haber alcanzado el cargo, sino que debe ser una condición para ser considerado como candidato y tener el privilegio de aparecer en una papeleta electoral. Debiera haber una prueba o una evaluación de honorabilidad antes de que pueda ser un candidato viable.
Cuando uno mira la historia, hubo un momento en que había figuras que, por su honorabilidad, fueron electos para ocupar cargos públicos en el país. Personas dignas de ser consideradas próceres. Un José de Diego, un Luis Muñoz Rivera, un Luis A. Ferré, un Luis Muñoz Marín, un Ernesto Ramos Antonini, un Gilberto Concepción de Gracia. Y la lista sigue. ¿Qué pasó? ¿Dónde están los próceres del siglo XXI? ¿Dónde están los ‘honorables’?
Pero, bueno… me desvié un poco. Mi tema es el idioma, no la política. La frustración a veces descarrila…
Un error que se comete a menudo con esto del título ‘honorable’ es que lo usamos junto al puesto, en vez de usarlo junto al nombre de la persona. Lo que es honorable no es el cargo, sino el funcionario que lo ocupa. Por lo tanto, no digamos que por ahí viene “el honorable senador”. Lo correcto es “el honorable Juan Pérez, senador”. El título va junto al nombre, al igual que ocurre con doctor, licenciado, don, doña, excelencia reverendísima y muchos otros.
Otro punto importante (y este sí que me saca de tiempo cuando lo veo o lo escucho): la palabra ‘honorable’ es un título de cortesía. Por lo tanto, otras personas lo utilizan para reconocer a la figura honorable. No es correcto que la misma persona lo utilice para referirse a sí mismo. He visto documentos en que, por ejemplo, un alcalde firma una carta con el título de honorable antes de su nombre. ¡No! Tú mismo no puedes proclamarte honorable. Es el colmo de la soberbia y refleja, precisamente, una carencia de honorabilidad.
Si me preguntan, yo decretaría la eliminación del título automático de ‘honorable’ en los puestos políticos. Propondría que fuese un reconocimiento que adquiera el funcionario luego de completada una probada carrera de dignidad y decencia en el servicio público. La honorabilidad… hay que ganársela.
He dicho.
Exdecano y profesor de la Escuela de Comunicación Ferré Rangel de la Universidad del Sagrado Corazón y fundador del movimiento En Buen Español. Experto en comunicación y amante del lenguaje. Conferenciante internacional sobre temas relacionados con el poder de la palabra. Autor del libro 'Habla y redacta en buen español' (2011) y 'En buen español: El libro de las curiosidades de nuestro idioma" (2020). Apasionado de la historia, la educación, la fotografía y el mar. Esposo de Mirté y padre de Sebastián, Alejandro, Mauricio y Mariana (y del perrito Muni Cipio).
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