Hay películas que uno ve y al otro día ya se le olvidan. Y hay otras —pocas— que se quedan rondando en la cabeza como una verdad sencilla que habíamos dejado arrinconada. It’s a Wonderful Life, ese clásico en blanco y negro protagonizado por Jimmy Stewart, pertenece, sin duda, a este grupo. La volví a ver ahora en la temporada navideña y, aunque la historia es conocida, hubo una frase que me impactó con fuerza: No man is a failure who has friends. Ningún hombre es un fracaso si tiene amigos.

Vivimos obsesionados con el éxito. Con los números, los títulos, los likes, los reconocimientos visibles. Medimos la vida como si fuera un currículum: qué logré, cuánto gané, hasta dónde llegué. Y cuando miramos hacia atrás y sentimos que no alcanzamos “lo que se suponía”, la palabra “fracaso” aparece sin pedir permiso. George Bailey, el protagonista de la película, siente exactamente eso. Cree que su vida no ha valido la pena porque no fue rico, ni famoso, ni influyente según los parámetros del mundo. Sin embargo, ignora —como solemos ignorar— el verdadero impacto de su existencia.

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La frase final de la película no habla de dinero, ni de poder, ni de fama. Habla de amigos. Y eso, en estos tiempos, suena casi revolucionario. Porque hemos aprendido a llamar “contactos” a los amigos, “seguidores” a los conocidos y “redes” a lo que antes era comunidad. Pero una cosa es estar conectado y otra, muy distinta, es estar acompañado.

Un amigo no es el que te aplaude cuando todo va bien. Es el que te cree cuando ya no crees en ti mismo. El que te recuerda quién eres cuando te olvidas. El que aparece sin que lo llames, no para darte soluciones mágicas, sino para decirte: “No estás solo”. Eso no se puede medir en cifras ni ponerlo en una biografía profesional, pero sostiene más vidas de las que imaginamos.

Quizás por eso la frase de la película nos impacta. Porque nos obliga a revisar nuestros propios criterios de éxito. ¿De verdad es un fracaso quien no logró lo que soñó? ¿O fracasa más bien quien llega a la cima solo, sin nadie con quien compartir la vista? Hay personas con agendas llenas y corazones vacíos. Y hay otras con vidas aparentemente simples, pero con una riqueza silenciosa: la de los vínculos genuinos.

En Puerto Rico —y en cualquier lugar donde la gente todavía se visita sin anunciarse y se sienta a hablar sin mirar el reloj— sabemos algo de esto. Sabemos que un café compartido en el balcón puede salvar un día, que una conversación honesta puede evitar una caída, que un amigo a tiempo puede ser la diferencia entre rendirse y seguir. Sin embargo, también aquí hemos empezado a olvidar ese valor, distraídos por la prisa y la comparación constante.

Tal vez por eso vale la pena repetir esa frase una y otra vez. No como consuelo barato, sino como recordatorio esencial. La vida no se trata solo de llegar, sino de con quién caminas. No se trata únicamente de cumplir metas, sino de construir lazos. No se trata de brillar solo, sino de iluminar a otros.

Al final, cuando todo se apaga y el ruido se va, lo que queda no son los aplausos lejanos, sino las manos cercanas. Y si uno tiene eso —amistades reales, afectos sinceros, gente que te nombra con cariño—, entonces, aunque el mundo diga lo contrario, no ha fracasado.

Recuérdalo: nadie que tenga amigos o seres queridos a su alrededor ha fracasado en la vida. Nadie.