Jules Leotard era un acróbata francés del siglo XIX, muy conocido por sus saltos peligrosos entre dos trapecios. Para facilitar sus movimientos corporales y asegurarse de que estas piruetas no se vieran obstaculizadas por su ropa, Jules se inventó una vestimenta bien pegada a sus piernas y torso que, como valor añadido, le permitía exhibir su fuerte musculatura.

Jules Leotard inventó, por tanto, el leotardo.

Esta historia sirve de ejemplo de lo que es un ‘epónimo’: una palabra derivada del nombre propio de alguna persona.

Así, también, en Francia surge el epónimo ‘guillotina’, que tantas cabezas hizo rodar. El nombre proviene de Joseph Ignace Guillotin, un diputado francés que en tiempos de la Revolución Francesa recomendó este método más ‘humano’ de cortar pescuezos. Previo a esa época, los prisioneros eran decapitados con espadas o hachas, cuya efectividad dependía de la destreza y puntería del verdugo. Por el filo de la guillotina pasaron pobres, ricos y miembros de la realeza. Aunque no lo creas, en Francia se siguió utilizando este método de ejecución hasta el 1977.

Por otro lado, ¿a quién no le gusta meterse en un jacuzzi? El agua caliente y los chorritos que salen de todas partes te hacen sentir en la gloria. Pues ahora sabrás que esa palabra es un epónimo que debe su nombre a Cándido Jacuzzi, uno de los siete hermanos Jacuzzi que migraron a los Estados Unidos, procedentes de Italia, a principios del siglo XX. Ellos se dedicaron a fabricar bombas hidráulicas para uso agrícola, pero Cándido le vio un uso práctico a esas maquinarias con el fin de poder aliviar los dolores provocados por la artritis reumatoide que sufría su hijo. Se le ocurrió instalar una bomba hidráulica a la bañera de su casa para que inyectara aire cuando estaba llena de agua caliente. A partir de ahí se comercializa el invento que tanto nos gusta hoy día.

Podemos encontrar varios epónimos, también, en los nombres propios de continentes y países. Por ejemplo, el nombre del continente América es un epónimo de Américo Vespucio, un navegante y explorador florentino del Siglo XVI. A él se le atribuye el reconocimiento de que las tierras que había descubierto Cristóbal Colón unos años antes no pertenecían a las Indias como se pensaba, sino que eran parte de un nuevo mundo. En honor a él, por lo tanto, llamamos América a nuestro continente, y todos los que habitan en él son americanos (no solo los que viven en los Estados Unidos).

¿Y qué reconocimiento se llevó Cristóbal Colón por su proeza de descubrir para los españoles estas nuevas tierras? Bueno, pues se tendrá que conformar con el nombre del país sudamericano Colombia, otro epónimo para nuestra lista.

En el mismo continente está Bolivia, otro país que debe su nombre a un personaje histórico importante. ¿Sabes de quién proviene este epónimo? Pues sí, del gran libertador Simón Bolívar.

En Puerto Rico tenemos varios municipios que deben su nombre a figuras históricas. Loíza, por ejemplo, viene de la cacica taína conocida como Yuisa. Cataño proviene de don Hernando de Cataño, a quien le tocó la encomienda de poblar las tierras al otro lado de la bahía de San Juan. Otro ejemplo es Añasco, nombre que procede de Luis de Añasco, capitán bajo las órdenes de Juan Ponce de León quien, bajo su mando, logró repeler varios ataques de taínos en el oeste de la isla y fundó una hacienda en las tierras en donde hoy se encuentra el pueblo de Añasco.

Los epónimos guardan historias muy interesantes que revelan curiosidades sobre palabras y nombres propios que forman parte de nuestra vida cotidiana. Descubrirlas es un ejercicio fascinante que te invito a continuar.