Según la doctrina católica, el limbo es el sitio donde van las almas de los bebés que mueren sin haber recibido el sacramento del bautismo. Es un lugar descrito como un punto medio entre el cielo y el infierno. Es como un “sí, pero no”.

Las palabras también tienen su limbo: un espacio entre el cielo del diccionario y el infierno del disparate. Son como un “tal vez, pero aún no”.

La Real Academia Española (RAE), la máxima autoridad en temas del idioma, ha creado un portal lingüístico llamado el “Observatorio de palabras”. Es como una especie de incubadora en la cual los académicos ponen bajo observación a esas nuevas criaturas del vocabulario que surgen de las entrañas de las sociedades.

¿Serán dignas de entrar en el ‘Diccionario de la lengua española’? Aún no lo sabemos: todo dependerá de cómo se desarrollen, del arraigo que tengan en la forma de hablar de un grupo de hispanoparlantes. Los usuarios del idioma pueden tener visibilidad de esas palabras nacientes, verlas como a través de un cristal en una sala de maternidad y descubrir su existencia, sus usos y definiciones.

Pero la RAE es clara en advertir que esa información que aparece en este observatorio es “provisional” y que muy bien pudiese “verse modificada en el futuro”. Es decir, que esas palabras y expresiones aún no cuentan con la bendición de los académicos y carecen de legitimidad. Son como hijos sin un padre que los reconozca y otorgue su apellido. Puede que sí, puede que no; todo dependerá de su evolución. Si al final son reconocidos, tendrán el privilegio de tener acceso al cielo del idioma en las páginas del ‘Diccionario de la lengua española’.

Algunas son engendradas por la unión entre uno y otro idioma. Son como hijas de un matrimonio de origen mixto. Algo así como “mi padre era ruso y mi madre, chilena”.

En el planeta hiperconectado en que nos encontramos, estas mezclas son cada vez más comunes. En particular, el inglés surge como el padrote que más semillas propaga en los idiomas de la humanidad. Al fin y al cabo, es el idioma universal que domina la Internet, el más utilizado en el mundo de los negocios, del turismo, de la tecnología, de la economía. Así que no es de extrañar que estemos a expensas de su gigantesca influencia.

A continuación, te comparto algunos de estos engendros que habitan en el limbo del “Observatorio de palabras”:

- Influencer: “Anglicismo usado en referencia a una persona con capacidad para influir, sobre otras, principalmente en las redes sociales”. Otras alternativas aceptadas son ‘influyente’, ‘influidor’ o ‘influenciador’.

- Sinhogarismo: Equivalente al inglés homelessness para referirse a personas que viven en la calle, sin un techo.

- Mutear: Viene del inglés mute. Se recomienda sustituir por el verbo ‘silenciar’.

- Loguear: Esa palabra es un calco del inglés log in. Se recomienda sustituir por ‘entrar a la red’, ‘acceder al sistema’, ‘registrarse’, ‘identificarse’ o ‘iniciar sesión’.

- Sanitizar: Se recomienda sustituir por términos como ‘desinfectar’, ‘limpiar’, ‘sanear’ o ‘higienizar’.

- Barista: Esta palabra proviene del italiano para referirse a una persona experta en preparar y servir café. Tal parece que ya existe una propuesta para que el término haga su entrada, próximamente, al ‘Diccionario de la lengua española’.

- Guasapear: Según el ‘Observatorio de palabras’, esta forma ya es válida para referirse a la acción de enviar un mensaje por la aplicación WhatsApp. También se acepta ‘wasapear’.

No te escandalices con la incorporación de estos términos en nuestro lenguaje. Recuerda que los idiomas, al igual que todo en la vida… evoluciona.

Respira y fluye…