No existe mejor manera de encerrar una verdad o una enseñanza que dentro de un refrán, esas breves y sabias expresiones que nos ayudan a darle sentido a la vida y a entender mejor sus enseñanzas.

Son ideas breves que pasan de generación en generación y que, con su cadencia, a veces su rima y su escogido de palabras, son memorables y efectivos.

Nos ayudan a tomar mejores decisiones en nuestro quehacer diario. Por ejemplo, hoy mismo, cuando estaba subiendo la compra de mi carro a casa, traté de coger el mayor número de bolsas posible en mis dos manos con la idea de reducir el número de viajes. Por supuesto, a mitad de camino, se me cayó una de las bolsas y todas las latas de habichuelas y de salsa de tomate comenzaron a rodar por el piso.

“Mi mamá me lo decía”, pensé en ese momento. “El que mucho abarca, poco aprieta”.

¡Tan sencilla esa sentencia, pero tan llena de verdad!

Y es que eso es lo hermoso de los refranes: declaraciones cortas, simples, pero tan llenas de sabiduría.

Con los refranes, no hay que reinventar la rueda. Nuestros antepasados, a base de sus propias experiencias de vida, se encargaron de resumir sus aprendizajes en esas ideas y son su herencia, su regalo, para nosotros. Han sobrevivido por décadas y generaciones. Mi abuela se las decía a mi mamá, y ella me las dijo a mí.

En sus tiempos, eran los contenidos aleccionadores de aquellos que no podían ir a la escuela. Eran una herramienta útil para que los padres les enseñaran a sus hijos los principios básicos de la vida.

Sin embargo, los tiempos han cambiado y en nuestra realidad actual, en una sociedad más educada, parece ser que no es tan necesario recurrir a los refranes para enseñarle a los niños. Parece que ahora la sabiduría se puede conseguir en YouTube o en Google. Ocurre como con los números de teléfonos de nuestros familiares y amigos, que ya no es necesario memorizarlos porque están todos disponibles en la punta de nuestros dedos en nuestro teléfono inteligente.

Lo veo en los jóvenes con quien comparto cuando menciono algún clásico refrán y se me quedan mirando como si no supieran de lo que estoy hablando.

Esto es preocupante porque los refranes son una guía y un recurso indispensable para la toma de decisiones en el día a día.

¿Cómo sabrán que, a pesar de los tropiezos de la vida, hay que tener una buena actitud? Tan fácil que es entenderlo con aquello de que “a mal tiempo, buena cara”.

¿De qué mejor manera comprenderán que “al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija” para que busquen correctamente con quién relacionarse?

Y en momentos en que necesiten tomar una decisión, qué útil puede ser entender que “más vale pájaro en mano que cientos volando”.

O saber que “no hay peor gestión que la que no se hace” para dejar a un lado la incertidumbre y tomar acción sobre aquello que deseamos.

Nosotros, los más adultos, los hombres y mujeres que nos criamos sin Google y YouTube, tenemos una responsabilidad de seguir con la tradición de nuestros antepasados y pasarle a esta generación el valor incalculable de los refranes. No los dejemos morir. Haz una lista de todos los que tus padres y abuelos te enseñaron y compártelos con tus hijos y nietos. Mantén vivo este maravilloso legado para la vida que es parte de nuestra cultura.

¡Salvemos los refranes!