Era el 26 de octubre de 1492.

El famoso navegante abrió su diario. Mojó la punta de la pluma en el tintero, y comenzó a escribir…

Ya se habían cumplido 14 días desde el momento en que aquellas tres famosas carabelas llegaron a una islita en las Bahamas, que los taínos llamaban Guanahani y que el almirante bautizó con el nombre de San Salvador.

Cristóbal Colón había quedado maravillado por la belleza de las tierras que había encontrado y fascinado por los curiosos indígenas que en ellas habitaban.

¿Te imaginas cómo habrán sido esos primeros encuentros entre seres humanos desconocidos? Ninguno de ellos sabía ni entendía quiénes eran esas otras personas que, luego de miles de años de una evolución separada dentro de un mismo planeta, se encontraron, por primera vez, cara a cara.

¿Cómo se entendían entre sí? No había ninguna conexión lingüística, ninguna raíz en común. Y no me refiero solo al vocabulario; tampoco existían los signos no verbales que utilizaban (y utilizan) las civilizaciones europeas para comunicarse. Cero contextos, cero trasfondos en común.

Al principio, tratarían de hacerse entender a través de gestos, pero los códigos no eran los mismos. Por ejemplo, el movimiento de la cabeza de arriba hacia abajo para significar ‘sí’, o de izquierda a derecha para significar ‘no’, es posible que no tuviera ningún sentido para los indígenas.

Así que, poco a poco, conquistadores y conquistados comenzaron a descifrarse los unos a los otros. A lo largo del tiempo, los invasores comenzaron a darse cuenta de que los lenguajes indígenas en América eran múltiples, lo que complicaba aún más el proceso de comunicación entre ellos. De hecho, se calcula que en toda América había más de 1500 lenguas diferentes que pertenecían a unas 170 familias lingüísticas, habladas por una población nativa de, aproximadamente, 50 millones de personas. Así que ese choque entre el lenguaje castellano y los múltiples lenguajes indígenas fue dramático durante aquellos primeros años de choque entre culturas.

Lo interesante de todo esto es que, por razones de cronología histórica, fue el taíno el primero de todos estos lenguajes indígenas en tener una influencia en el español.

Y ahí es que viene la pluma de Colón…

En ese diario, en aquel 26 de octubre de 1492, el navegante plasmó por escrito la primera palabra indígena que habría de formar parte del idioma español. Surgió de su observación de cómo los nativos se transportaban de una isla a otra a través de unas embarcaciones hechas de troncos de árboles.

Ahí nació la palabra ‘canoa’, nuestro primer americanismo.

Previo a ese día histórico, Colón usaba la palabra ‘almadía’ para referirse a esas embarcaciones, término que ya existía en el castellano de la época para describir unas balsas hechas de troncos de madera que eran usadas en Europa. Pero en ese 26 de octubre, Colón adoptó el término taíno y lo siguió utilizando a partir de ese momento.

En una carta que el almirante le escribió a un tal Luis de Santangel el 14 de febrero de 1493, y que luego fue publicada en Barcelona, traducida al latín y editada en doce ocasiones entre el 1493 y 1500 en varias ciudades de Europa, Colón describe las canoas como unas embarcaciones en que “los naturales navegan todas aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías”.

A partir de ahí, en el famoso “Vocabulario español-latino de Nebrija”, publicado poco tiempo después de la carta, aparece el primer americanismo de nuestro idioma. ‘Canoa’ fue la primera de muchas otras palabras taínas que, hoy día, forman parte de nuestro lenguaje.

Gotitas del saber…