Si el femenino del maestro es la maestra, pensaríamos que, igual, el femenino del papa es… ¿la papa?

¿Te lo imaginas?

“Recibamos con un fuerte aplauso a su santidad, la papa Magdalena”.

¿La papa Magdalena? ¿Así? ¿Igual que la papa majada y la papa frita?

¿Qué es lo que te suena mal? ¿La referencia al tubérculo o la idea de que una mujer ostente el más alto cargo de la Iglesia Católica?

Si es lo primero, puedes sentirte en paz: el femenino del cargo papal no es ‘la papa’, sino ‘la papisa’. Así que, en todo caso, sería la papisa Magdalena. Resuelta queda, pues, la confusión con el alimento almidonado.

Si es lo segundo, déjame decirte que, cuando ocurra (y espero que sea pronto), no será la primera papisa en la historia de la Iglesia Católica; o por lo menos eso cuenta la leyenda…

Se dice que allá para mediados del siglo IX hubo una mujer, de nombre Juana, que se hizo pasar por monje y llegó a ser elegida papisa, sin que nadie supiera sobre su verdadera identidad. La historia la ha llamado ‘la papisa Juana’.

Esta mujer era hija de un monje (esas cosas solían pasar en aquella época). Su madre, a escondidas de su padre, le dio una educación a su hija y logró que aprendiera el idioma griego, lo que le permitió leer la Biblia. Como en aquella época las mujeres no tenían el derecho de estudiar, tuvo que ingeniárselas para disfrazarse de hombre y convertirse en monje. De esa manera, pudo continuar sus estudios eclesiásticos sin que nadie sospechara nada.

Con el paso de los años, Juana logró conectarse con personas de mucha influencia en la Iglesia Católica, incluyendo al papa León IV con quien trabajó bajo su supervisión en Roma. Con su muerte, Juana logró ser elegida su sucesora con el nombre de Benedicto III sin que nadie en El Vaticano supiera que, en realidad, tenían ante sí a una papisa.

Esta historia se fue complicando cuando la papisa Juana comenzó a tener una relación sentimental con un embajador de nombre Lamberto de Sajona. Al poco tiempo, quedó embarazada del embajador y por varios meses tuvo que disimular la realidad que escondía bajo sus sotanas. Hasta que un día, mientras la papisa participaba de una procesión, comenzaron las contracciones de parto y dio a luz a su hijo frente a todas las personas que estaban presentes. La multitud, al ver semejante espectáculo por parte del que creían era el papa Benedicto III, comenzó a tirarle piedras a Juana hasta matarla. Dramático, ¿no?

A partir de ese momento, y para evitar que un episodio como este pudiese volver a ocurrir en el futuro, la Iglesia comenzó un extraño ritual para corroborar la masculinidad de los papas electos. El proceso consistía en sentar al elegido en una silla con un roto en el medio. Entonces, un pobre infeliz tenía como labor utilizar el sentido del tacto para examinar los genitales del nuevo papa. Si todo aparentaba estar bien y en su lugar, el hombre debía proclamar a toda voz: “Duos habet et bene pendentes” (‘¡Tiene dos y cuelgan bien!’).

Sea todo esto historia o leyenda, no lo sabemos. Lo cierto es que, si Juana existió, hubo un precedente femenino en el trono de San Pedro. ¿Cuándo será el día en que habrá una papisa, elegida legítimamente, acorde con los tiempos en que vivimos?

Ya es tiempo de que haya papisas y sacerdotisas en la Iglesia Católica.

¡Equidad!