Desde el primer momento que nos indicaron que un huracán categoría 5 nos arrasaría sabíamos a qué nos atendríamos. Teníamos los referentes de Irma, de Hugo y de Georges, pero aun anticipándolo, no es lo mismo llamar al diablo que verlo venir. Ha sido una experiencia espantosa. Traumática. Una pesadilla. Un mal sueño.

María nos jamaqueó para siempre. Nos ha marcado. Sus efectos y la furia de su fuerza serán difícil de arrancar de nuestra memoria. Difícil de olvidar para los que se vieron forzados a luchar contra el fenómeno intentando contener sus vientos, aguantando puertas con el terror de que las abriera y de un soplo se llevara todo, incluyendo la vida.

Muchos narran cómo sacudía y jamaqueaba las casas y edificios, y cómo se ocultaron en un clóset aterrados. Hay quienes tuvieron que salir corriendo para refugiarse en casa de un vecino.

Una agonía.

Son decenas de miles los puertorriqueños que perdieron sus viviendas, que enfrentan hoy ese infortunio y que asumen esa realidad con estoicismo, pero con la pena de tener que empezar de cero.

Nos vamos a levantar. Poco a poco, pero nos vamos a levantar.

En términos colectivos, como sociedad, queremos y es necesario que todo comience a funcionar. Han sido días de confusión y locura. “De guión de película”. No estamos preparados psicológicamente para aguantar mucho tiempo sin luz ni agua. Los calores son infernales. Se inundó el País de plantas eléctricas contaminando el ambiente con su ruido ensordecedor. Parecería que llevamos ese ruido en nuestra mente como un apéndice. 

Queda al descubierto la realidad del cerca del 45% de la población de este País que vive en condiciones de pobreza extrema. Ya habíamos enfrentado otros ciclones y ya habían perdido sus techos. Pero para ellos nada cambió. Continuaron residiendo en viviendas débiles, no adecuadas para resistir la furia de un fenómeno de esa naturaleza.

Era su hogar. Con lo mucho o lo poco que tenían, era su hogar. Tienen que ocurrir eventos como estos para dejar la colonia al descubierto.

La pobreza que nos arropa y que han tratado de ocultar con una lavadita de cara. Es el 45% de la población que recibe mantengo, cupones, subsidios de vivienda o nada.

Son experiencias que nos llevan a reflexionar.

Las imágenes repetidas y multiplicadas en estos días post María nos quebrantan el alma. El impacto es incalculable. Ver a nuestra islita desarropada, a la intemperie, desolada, desvestida de todo su encanto y verdor duele y desespera. Como duele ver a nuestra gente haciendo las largas colas para echar gasolina, para sacar dinero de una máquina de débito, para desayunar en un fast food, para entrar a un supermercado a comprar comida, confrontándonos con la realidad de que nos encontramos en una situación crítica, en un periodo especial, como le llaman los cubanos.

Nos espanta que se nos diga que tomará nueve meses restablecer el servicio de electricidad residencial. Antes veíamos las brigadas de la Autoridad de Energía Eléctrica y a los trabajadores de la UTIER y nos alegrábamos. Ahora no vemos nada. Bueno, ayer vi una brigada recortando ramas en una placita en la que se cayeron todos los árboles e ilusa pregunté a uno de los trabajadores: “¿Van a poner la luz?” “¿La luz? ¿Qué es eso?”, contestó, usando el humor para dramatizar la situación.

Así que debemos revestirnos de paciencia. No será fácil este periodo especial. Es difícil. Nadie dijo que sería fácil. Un día a la vez. Cuando nos desesperemos, respiremos hondo y digamos: “un día a la vez”.