Las ofensas y humillaciones proferidas a los puertorriqueños por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en medio del sufrimiento, el dolor y desesperación que late en carne viva, debe haberle abierto los ojos a muchos en torno a nuestra espantosa condición colonial, sujeta  a los intereses, conveniencias y caprichos del imperio que ejerce el poder.

Trump nos trató a patadas.

Y los Gobiernos siempre rogando por migajas. Arrodillándose. Queriendo ser cola de león cuando pudieran ser dueños de su propio destino.

El trato humillante de Trump, la repartición de papel toalla, su regaño por lo mucho que ya habíamos gastado y otras burradas, tiene que haber llevado a la reflexión sobre esa actuación atropellante de la que somos objetos, todo por ser su colonia.

La furia de María dejó a flor de piel nuestro estado de indefensión, de precariedad económica, de dolor y la necesidad urgente de recibir ayuda a manos llenas, no solo de los Estados Unidos, sino también de la comunidad internacional.

Muchos países quieren ayudarnos y no es posible debido a nuestra falta de libertades y relación política.

Son muchos los que piensan como Trump en la metrópolis. Son racistas, anti-latinos, anti-gay, anti-mujer y anti-puertorriqueños.

El desprecio que nos ha profesado Trump es el mismo desprecio que miles de estadounidenses que lo eligieron y lo respaldan nos profesan.

La dramática situación  que enfrentamos, jamás no las  hubiésemos podido imaginar, ni aun con las medidas de austeridad  que se proponía imponer la junta de control fiscal para obligarnos a pagar la deuda.

El huracán María adelantó la debacle que nos venía para encima de sopetón y multiplicada exponencialmente.

Si en los últimos siete años se había intensificado la emigración masiva de puertorriqueños, con el éxodo que está provocando esta crisis, se va a vaciar la isla entera.  Tenemos que avanzar a levantar nuestro País o lo perdemos. Se nos van a quedar con Puerto Rico. Llegarán otros a ocupar los espacios que dejen los boricuas, nos empujarán, nos darán de codo, arrinconándonos, corriéndonos el riesgo de convertirnos en extraños al servicio de extranjeros en nuestra propia tierra. Es la gentrificación. Ya está sucediendo.

Va a ser duro levantar el País. Tomará cerca de un año el tener electricidad y cuidado si más. Va a ser muy duro lidiar con el hastío y el encabritamiento que provoca el calor. Van a ser periodos de mal comer; de engullir lo que apareza.

La devastación provocada por María nos quitó de sopetón el tapete de la aparente abundancia y democracia que presuntamente se disfrutaba bajo el ELA, dejando la colonia desnuda, maltratada, pobre, lastimada, al filo de la muerte.

Intriga si los que han defendido el status quo a rajatabla y nuestra subordinación a los Estados Unidos, al día de hoy siguen creyéndose la falacia de que el ELA es la panacea.

Intriga de los puertorriqueños que se abrazan a la estadidad, si piensan que esa opción es factible para este País culturalmente diferente, devastado y en quiebra.

Tal vez solo nos queda un camino: la soberanía. Se cayó el mito de que la independencia es sinónimo de pobreza. Somos pobres en la colonia bajo el ala del País más poderoso del mundo.

Nos quitaron el tapete que había sobre la mesa. Podemos enderezar nuestro destino y caminar de la mano por nuestra propia cuenta.