Durante más de una semana hemos permanecido en un estado estacionario, fungiendo como agoreros del tiempo, apostando en torno a si Irma, que rebota como una bola de ping pong en el cono de la incertidumbre, nos perjudicaría para despertar con la espantosa realidad de que se convirtió en un terrorífico huracán categoría 5, con vientos más intensos que los del legendario huracán San Felipe, ocurrido hace 89 años.

Irma con sus vientos de 180 millas por hora, es una amenaza real. El apabullante y extenso movimiento de sus vientos nos provoca miedo y fascinación. Basta escuchar la admiración y descripción que sobre Irma se ha hecho, como un fenómeno saludable, enorme, perfecto, bien organizado y hasta hermoso y… sí, fascinante.

 “¡Uy, qué lindo!”, fue una exclamación de miedo y fascinación que escuché.

Sí algo hemos aprendido los puertorriqueños enclavados en las hermosas aguas del Mar Caribe, ruta de tormentas y ciclones, es a protegernos y a ser solidarios.

Hoy pasa Irma con su fuerza huracanada y dejará huellas a su paso, inundaciones, pérdida de propiedades, daños en la agricultura, días, semana o meses sin luz ni agua, pero lo que pedimos y rogamos con fervor es que no se pierdan vidas. 

El tema de las tormentas y los huracanes siempre nos han fascinado. No es solo con Irma. Es una fascinación truculenta y aterradora de la probabilidad de presenciar un espectáculo único de la naturaleza en el que la fuerza de los vientos, la furia de las olas, los caudales de lluvia que bajan y el torrente de los ríos desbordados nos hipnotizan y espantan.

Para al menos tres generaciones de puertorriqueños los huracanes no han sido parte de su experiencia de vida. Muchos desconocíamos la magnitud del daño que puede causar un huracán hasta que enfrentamos a Hugo en 1989 y Georges en 1998. Pero antes, en 1956, ocurrió Santa Clara, un huracán categoría 1.

Era pequeña cuando Santa Clara. Recuerdo el corre y corre. No era consciente de la peligrosidad. La construcción, entonces, en su mayoría era en madera, y los hombres afanados remendando sus casitas, martillando, colocando, asegurando o añadiendo alguna tabla que faltaba o remachando alguna plancha de zinc con la esperanza de que su vivienda resistiera el embate; igual que ahora. 

 Lo más memorable para mí de Santa Clara, fue el sabor de la quenepa. Sus fuertes vientos derribaron los árboles que cayeron en los patios, las calles y las carreteras. En mi calle, un árbol de quenepa hizo las delicias de mi paladar.

Santa Clara entró por Patillas y salió por Arecibo. Causó 16 muertes y pérdidas estimadas en $40 millones.

¡En tiempos más lejanos, en 1928, nos cruzó de sureste a noroeste el terrorífico huracán San Felipe, categoría 5, con vientos de 160 millas por hora!, considerado como el más grande, violento y desastroso de todos los que han azotado a Puerto Rico. Es el homólogo de Irma.

 “Jamás he visto cosa igual”, nos decía un viejo marino avezado a estas furias desencadenadas de los elementos de la naturaleza. Pudimos ver desde el Paseo Víctor Rojas a los moradores de ella arrodillados, orando en alta voz. ¡Era una plegaria que emanaba del alma! ¡Era aquél un espectáculo…!”, narró el cronista José Limón de Arce en su libro Arecibo Histórico.

Será difícil borrar de mis recuerdos la crueldad con que nos azotó Hugo, un huracán categoría 4, menor al fenómeno que enfrentaremos hoy. 

Hugo destruyó Vieques y Culebra. De esa experiencia, las islas municipios reconocieron su fragilidad y vulnerabilidad y se fortalecieron. Muchos reconstruyeron sus viviendas en cemento. Durante ese evento, unas 100 mil personas buscaron refugios y 13 mil personas perdieron sus viviendas. Los daños se estimaron en mil millones de dólares.

Con Georges, el terrible huracán categoría 3, que cruzó la isla de Este a Oeste en el 1998, con vientos de 115 mph, 96% de los usuarios de la Autoridad de Energía Eléctrica permanecieron sin servicio de energía eléctrica y un 75% quedó sin servicio de agua. Se estimó que un 50% de los cables y postes eléctricos fueron destruidos. Los daños fueron estimados en $6 mil millones.

Más allá del memorable sabor de la quenepa que evoco en época de huracanes, en este difícil momento, como en otros que enfrentaremos, mi deseo es que permanezcamos unidos como un solo pueblo, que seamos solidarios y nos ayudemos.