Salir de mi Isla para encontrar respuestas a la lucha de cómo enfrentar la situaciones difíciles de la vida pudiera resultar increíble, pero así fue. 

En estos pasados días, mi esposo y yo nos escapamos unos días para tomar nuevos aires y regresar a enfrentar la lucha diaria. Ha sido un año muy duro y exigente, así que escogimos para visitar algún lugar de nuestra vecina isla República Dominicana.

La relajación y la paz fue tanta, desde el primer momento que pusimos un pie en el hotel, que las primeras horas allí nos llegaron a resultar un tanto incómodas y hasta desesperantes por no estar acostumbrados a estar sin estrés. 

Fue así que confirmamos lo mucho que trabajamos, la cantidad de responsabilidades diarias que tenemos y lo ajetreados que vivimos. Nos propusimos, desde ese momento, no hablar de trabajo ni de problemas. Por lo menos, lo intentamos. 

Para matar el tiempo, me dediqué a entrevistar a los empleados del hotel que nos atendían. Así fue que conocí a un jóven de nombre Héctor. Periodista al fin, le pregunté sobre toda su vida. Este joven con 25 años de edad me cuenta que intentó llegar a Puerto Rico en lancha (sí lancha, no yola) y esta fue interceptada por la guardia costanera en medio del mar y tuvo que regresar a su país. Para colmo de males, se enamoró de la hermanastra con quien compartía desde pequeño y con quien se daba besitos a espaldas de su padrastro.

Comienzan a vivir juntos, ambos trabajaban y, de la noche a la mañana, él se queda sin trabajo y ella es quien lo mantiene económicamente por un tiempo. “Hacía todos los quehaceres de la casa, le limpiaba y le cocinaba, aunque esto cambió cuando demandó a su antiguo empleo por ser despedida estando embarazada. Así que tuve por obligación que buscar trabajo", admite Héctor, mientras se acuerda lo cómodo que se le hizo cuando se invirtieron los papeles. 

"Ahora mi esposa vive como una reina, viendo televisión en la casa y yo hago todo lo posible para que ella y el bebé estén bien",reitera el susodicho joven, mientras me mostraba una sonrisa de satisfacción enorme.

Su esposa ganó y con ese dinero (el equivalente a $7,000) viven en tranquilidad ya que a su bebé no le falta nada. 

Mientras, Héctor sigue trabajando muchas horas, por 15 o 20 días corridos para lograr sus cuatro días de descanso y ver y llevar el sustento a su familia. Un salario de a $380.00 dólares al mes para luego regresar feliz a la misma rutina de siempre.

Ante una vida de tanto trabajo, poco descanso, y mucho sacrificio y semejantes responsabilidades, vino la pregunta obligada: ¿Cómo puedes vivir con tan poco y aun así das tanto a los demás y te mantienes tan feliz complaciendo a tus clientes? 

"Aprendí a reírme de mis problemas y de las situaciones difíciles. A todo lo malo que me pasa, le busco el lado chistoso. Se sufre tanto, que ya nos cansamos. Mi país aprendió a reírse del dolor y de las carencias. Aprendimos a hacer más con menos y seguir luchando por llevar algo de comer a la casa es nuestra prioridad”.

Después de esto, les aseguro, no hubo más preguntas. Solo un gran silencio de mi parte. Luego que pude asimilarlo, comencé a entender la gran lección. 

Un hombre joven, con un espíritu enorme, que me enseñó, sin querer, cuán dichosos somos en Puerto Rico, pero, sobretodo, me enseñó, que la vida se vive según el color con que se mire y de acuerdo a nuestras circunstancias sociales y culturales.

Aprendí que muchas veces, aunque nos ahogamos en las presiones económicas, hacer más con menos es real; que tener mucho o poco, de nada afecta el ser feliz porque la actitud es la clave para saberse vivo; que no es más grande el que más tiene, que luchar por lo que quieres es lo que te hace grande y que el buen sentido del humor es medicina para el alma. 

Pero también aprendí que nuestro país no está preparado para vivir con menos, porque estamos acostumbrados a hacer menos y pretender más. 

Puerto Rico, ¡que mucho tenemos que aprender de los pobres de dinero pero millonarios de espíritu!