Nunca me había sentado a analizar a profundidad cuán fuerte es un divorcio en la vida de una mujer hasta que me tocó muy de cerca.

Claro, como todo en la vida, para algunas mujeres este proceso es más fuerte que para otras. 

Hace unos meses vengo dándole apoyo a una mujer extraordinaria que le tocó, en contra de su voluntad, aceptar el fin de su matrimonio de 25 años. 

Le unen a su expareja tres varones hermosos y dedicados; todos deportistas y buenos hijos. Criados día y noche por una madre trabajadora que nunca les ha faltado en sus momentos de alegría, de tristeza o necesidad. Él, un padre ausente, proveedor de dinero y no mucho más que un apellido. Su vida ha girado en torno a su trabajo y a su vida social, la que justificaba con la excusa de que entre fiestas y bebelatas es que se consiguen los buenos negocios. ¡Ojo con esto!

Viendo de cerca a mi amiga llorar y retorcerse de dolor durante su proceso de separación me hizo un ser más vulnerable. Yo sentía impotencia y mucho coraje; pero no tanto como el de ella.

Hubiese querido metérmele por dentro para sacarla de ese trance y enfrentarla a sí misma y que se diera cuenta de cuán valiosa e importante es. Pero el dolor es parte del proceso y su duelo también.

Cada vez que en medio de su desesperación gritaba preguntándome el por qué, sólo le contestaba: “porque Dios te vino a ver y te está ayudando a sacar lo que no sirve de tu vida”. 

Me di cuenta que mi función en esos momentos era simplemente escuchar y estar. ¡Y eso hice! La apoyé hasta que la vi fuerte otra vez.

Al cabo de los tres meses vi la evolución de mi amiga. Estaba hermosamente maquillada; aunque forzando su mejor cara lucía fuerte ante sus hijos y el mundo. ¿Quién dijo que esto era fácil? Pero lo importante es que ¡estaba en pie de lucha!

Aquella voz quebrantada desapareció. Se convirtió en una felina para defender el techo y el alimento de su su hijos. Seguir amando a ese hombre ya no era una opción. Seguir adelante por ella y por sus hijos: ¡Sí!

A través de su proceso ha tenido que lidiar con muchas cosas a la vez. Aceptar que no habría reconciliación entre ellos; contratar abogados para una división justa de los bienes gananciales; darse cuenta de las barbaridades que su ex le estaba haciendo para quedarse con todo; luchar por el derecho de sus hijos a recibir pensión… En fin, todo esto sin contar con las misas sueltas: el desamor que vivía, el rencor, el dolor intenso por la separación y el apego de la costumbre de toda una vida.

Mientras analizaba su pasado y su presente, me di cuenta que hacía tres meses que era una mujer nueva, feliz, capaz y completa. Que ese hombre en realidad nunca estuvo. Por fin ella había cambiado. Había dejado atrás el pasado y veía el futuro como algo positivo. Se había acabado el luto.

Y con esa liberación llegó también la libertad de su espíritu, el permiso de volver a amar y ser amada.

Cuando creemos que el mundo se nos cae encima, vale la pena pensar por un momento en que puede ser el principio de grandes cosas.