¿Por qué soy como soy?
"Viejo, todo lo que aprendí de ti, lo he aplicado en mi diario vivir y, créeme, que la mayor parte me ha funcionado".

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 8 años.
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En mi casa siempre me dijeron que, para lograr todo lo que queremos en la vida, deberíamos pasar por muchos sacrificios, vencer muchos obstáculos y sobrepasar muchas barreras; que con cada uno de esos percances o pruebas, me haría más fuerte y llegaría a la meta con victorias indiscutibles.
Vivir con esto en mente es vital para enfrentar lo que sea y evitar las sorpresas que laceran, limitan o coartan la felicidad.
Otra de las cosas que aprendí en mi niñez fue a pasar por alto o ignorar ciertas situaciones en las que no vale la pena perder el tiempo.
“No hay peor desprecio que ignorar aquél que te hace daño. Ese es el verdadero látigo. No lo des todo; no entregues tu corazón tan fácil, Saudy. No todos lo valoran. Aprende a cuidarlo, así evitarás muchas lágrimas, porque ser agradecido es una virtud que no todos saben valorar”, palabras con luz que solía decirme mi santa madre (mujer extraordinaria y de buen corazón) cuando veía cómo sufría ante alguna injusticia.
Mi padre, por su parte, era un hombre de negocios de carácter fuerte e implacable.
Desde muy pequeña me enseñó a no tolerar las faltas de respeto y, mucho menos, vivir con el dolor que estas provocan. En su sentimentalismo selectivo me decía: “bota el golpe, pasa la página, perdona, pero no olvides lo que da cada cual”.
Siempre fue amante de lo justo, vio las cosas del color que eran, porque para él no habían términos medios.
Me decía que al momento de que fuera cuestionado por su toma de decisiones o acciones, si uno estaba en ley, tenía siempre donde ampararse.
¡Cómo se sabía defender! Recuerdo que, aunque algunos pocos les hirvieran la sangre, debatirles era un reto para él. Pocas veces le ganaban en sus debates y, si lo lograban, lo reconocía, dándole un toque entre hombro y espalda a su contrincante que los hacía sentirse ganadores, pero… ¡cuidado, no bajen la guardia! Eso no les daba el derecho a sobrepasar el respeto mutuo ni a doblegar las rodillas.
Una cosa es leer lo que escribo y otra era vivir conociéndole. ¡Qué mucho aprendí de mi padre y qué poco me duró! A mis 18 años, su luz en la tierra se apagó. Sé que desde el cielo me ilumina y continúa enseñándome sus doctrinas de vida para que subsista en un mundo duro y difícil.
Viejo, todo lo que aprendí de ti lo he aplicado en mi diario vivir y, créeme, que la mayor parte me ha funcionado. Pero es importante que sepas que donde más difícil se me ha hecho es en botar los golpes de la vida; en entender esa combinación de perdonar pero no olvidar. Esa no me la explicaste bien.
Cuando repaso esta combinación de doctrinas provenientes de genes tan fuertes, me doy cuenta del por qué tantas cosas y me siento tan orgullosa de lo que soy; una mujer íntegra, fuerte pero noble de corazón, con todas mis batallas y mis luchas, con todos mis fracasos y victorias, una mujer que solo quiere salud para poder descubrir y vivir con intensidad lo que cada página del libro de la vida tienen escritas para mi.
Lucha es sinónimo de satisfacción y aprendizaje. Seguimos luchando con el mismo noble pero fuerte corazón.