Dicen que los niños expresan lo que sienten con sinceridad. Me parece que es muy cierto. La inocencia de los chiquitines los hace hablar desde lo más profundo de su corazón. De hecho, la sinceridad es un valor que debemos fomentar en nuestros niños. Enseñarles el respeto, a decir siempre la verdad, sin ofender a los demás y la importancia de una buena comunicación, son elementos muy importantes para formar un gran ser humano.

Ahora bien, la situación se complica cuando la sinceridad de tu hij@ te hace pasar un mal rato o un bochorno. Ahí es que deseamos que la tierra se abra y nos trague, literalmente, o simplemente desaparecer como por arte de magia.

En ocasiones los niños dicen lo que piensan, y eso no está mal, lo que sucede es que a veces, dentro de su inocencia, no comprenden que no es el momento ni el lugar para expresarse. La realidad es que los padres deben tener claro que la sinceridad y la inocencia de los niños van de la mano. Ahí está la clave.

Como saben, estoy embarazada y en mis hijas este acontecimiento ha despertado gran curiosidad. De cada rato van a verme la barriga y hasta tienen cuidado cuando estamos jugando. El domingo pasado la mayor, de tres años, vio a una mujer con una gran barriga y rapidito me dijo: “¿mamá ella tiene un bebé?”. Temblé. Respiré profundamente. Pensé que se podía tratar de una embarazada o de una chica con barriguita. Miré con cautela y afortunadamente, la muchacha le estaba sonriendo, pues estaba embarazada. Si no lo hubiera estado, no hubiese podido hacer nada, en su inocencia la comparó conmigo, ¿Qué va a saber ella sobre gordura o flaquencia a esa edad?

Responsabilidad como adultos
Pero eso fue una comparación. Ahora bien, como adultos tenemos que cuidar lo que decimos frente a nuestros niños y sobretodo responder a sus interrogantes de la forma correcta. Una de mis amigas tiene una hija de casi cuatro años. La nena le preguntó al abuelo por qué había personas negras y otras blancas. El abuelo se quiso hacer el “graciosito” y le dijo que cuando Dios creaba a las personas, las hacía en un horno y que a veces se le olvidaba que estaba el horno prendido y que por eso algunos se le quemaban un poquito. ¡Qué joyita de abuelo y que gran creyente ¿verdad?!

Una tarde mi amiga fue al supermercado con su hija y la niña vio un señor negro pararse detrás de ellas a hacer la fila. La expresión de la niña fue de sorpresa y dijo: “ay mami, este señor sí que se le olvidó a papá Dios porque está bien quemadito, ¡pobrecito!”. Mi amiga quedó de una pieza, me dice que solo le dieron deseos de salir corriendo del lugar.

La niña fue inocente y se puede decir que sincera porque ella dijo lo que le había enseñado su abuelo sobre la diferencia en el color de las personas.

La responsabilidad de aquel mal rato recae totalmente sobre el abuelo. Me dicen que el señor negro fue muy maduro y mantuvo la calma, tomó el comentario como el de una niña, y hasta aceptó las disculpas de mi amiga, pero estoy segura que sabía que el comentario era un eco de las expresiones incorrectas, racistas y burlonas de un “adulto”.

Ahí está la responsabilidad de nosotros los adultos, en enseñarles las cosas como son. Tener claro que sus mentes estarán limpias y sanas en la medida en que los adultos que los rodean les permitan crecer de esa manera.

¿Cuéntame en qué momento tu hij@ te ha hecho decir: “trágame tierra”? ¿Has presenciado alguna escena de indiscreción de un niño?

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