¡Saludos!

¿Han observado lo intenso que es llevar los niños a la escuela? Es como una clase de spinning o de zumba.

Estuve de vacaciones en agosto, (por eso llevo días sin escribir) y tuve la oportunidad de llevar a mis hijas a la escuela. Esa tarea, que siempre la hace mi esposo ya que trabajo desde la  madrugada, es ¡intensa!, mejor dicho ¡intensa y agotadora!

Así que de primera mano pude vivir cómo es el ajetreo. Igual que si estuvieras en una clase de spinning o de zumba por primera vez. En esos días observé que la rutina mañanera tiene etapas y a continuación se las describo desde mi punto de vista.

A la primera etapa la bauticé como: Golpe de realidad. Es cuando suena la alarma y el cerebro te bombardea de mensajes mixtos de responsabilidad y bienestar. Es como si te dijera: “te tienes que levantar, hay que llevar las niñas a la escuela, y para eso tienes que salir de esta cómoda cama y apagar ese aire que está tan friíto y prender la luz. Sí, aunque estés cansada”. Esa peleíta con la sábana es fuerte. Luego que sales de la cama, vas y te comienzas a preparar para darles un tiempito más a ellas para que duerman, una ñapita.

De ahí saltamos a la segunda etapa: despegarlas de la cama. Te conviertes en un motivador, con voz suave le anuncias que ya amaneció, que comienza un nuevo día y que con el llegarán muchas experiencias buenas y que en poco tiempo estará en la escuela con sus amigos. Apagas el aire acondicionado y dejas la puerta abierta para que entre un poco de ruido y se adentren a la realidad de que ya no hay oportunidad para dormir más. Esos días que estuve en casa por las mañanas, mientras, andaba de motivadora, papá iba y preparaba el desayuno.

Tan pronto vences la morra de sueño de tus hijos, vas a la tercera etapa: las letanías. ‘Entra al baño’, ‘ponte la ropa’, ‘las medias no van así’, ‘no muevas la cabeza para peinarte bien, sino el moño va a quedar virado’, ‘no pasees más y baja a desayunar’, ‘dale que nos vamos’, y muchas cantaletas más.

Cuando al fin logras salir de tu casa, llega la cuarta etapa de esta alocada rutina: La calma y el repaso. En el carro se aprovecha para bajar revoluciones y concentrarse en guiar. Al mismo tiempo, vamos repasando algunos puntos que son importantes y que las madres repetimos hasta el cansancio. Algunas de las mías son: pendiente a lo que explique la maestra, cómete el almuerzo y si no te gusta algo lo dices con respeto, ojo cuando vayas al baño, si está sucio, por este revolú de la sequía, avísale a la maestra, etcétera.

Ya la quinta etapa: la despedida. El besito, la bendición y el abrazo. Aquí es donde se nos estruja el corazón, se nos olvida el revolú que pasamos con ellos estando en la casa. Aun cuando son grandes y están acostumbrados a quedarse en la escuela, a muchas nos da sentimiento. Especialmente a aquellas madres que sus chiquitines se quedan llorando.

Lo importante de todo esto es que no importa si la mañana resulta atropellada, si ellos cooperan o no, debes dejarlos en la escuela en armonía. De esa manera, ellos comienzan bien el día y a ti no te ataca la conciencia con reclamos cuando cruzas la salida del plantel.

Ese beso y abrazo de despedida es importante para ellos, no importa la prisa que tengas, a fin de cuentas, no sabes qué puede pasar durante el día.

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