Cuando una amiga se va
Hoy sé que me quedo con un inmenso amor que decido me guíe a ser un mejor ser humano.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 4 años.
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Cuando despertó en el hospital luego de un episodio que le apagó la mente por unos días, pude escucharla saludarme en el teléfono con el acostumbrado Om, Om, Om, Om con el que siempre nos saludábamos. Sí, eran cuatro Om, porque hace unos quince años nos acompañamos en un momento tan difícil que optamos por repetirlo cada vez que nos veíamos. Lo cantábamos, nos llenábamos una a la otra de fe, entre otras formas, ancladas en ese mantra. Se nos quedó la tradición, sus hijos siempre nos escuchaban y no fue si no hasta hace poco que uno de los mayores preguntó, ¿por qué cuatro? Cándida como siempre, le explicó la historia dejándolo tan conmovido que desde ese día él también lo repite, incluso al despedirse.
Nunca nos cansamos de hacerlo y a veces le cambiábamos el tono, dependiendo de lo que nos había pasado en el día. Nos hablábamos todos los días, hasta hace una semana que decidió partir de su cuerpo y volar al lado de Dios, y al mar, y al viento, y a los pájaros, y al arcoíris, y a la lluvia, donde muchas veces nos bañamos.
Janice fue mi primera maestra de yoga. Recuerdo que nos hicimos amigas rápidamente, era fácil reírnos, era fácil hablarnos las cosas, habíamos creado nuestro propio lenguaje. Sus hijos sabían cuando hablábamos por teléfono porque decían que su voz y su risa, eran diferentes. La amistad creció hasta empezarnos a llamar hermanas, nuestros lazos incluyen todo lo que se puede vivir en todos esos años.
En plena pandemia, justo cuando el tema de volar se trataba como un peligro fui a verlos, sin imaginarme que sería la última vez. Cuando tuvimos la oportunidad de sentarnos solas en la terraza de su casa, rodeadas de enormes pinos y un bosque bello que arrojaba el frío de septiembre, noté su mirada más lúcida, su semblante más tranquilo, y solo me hablaba sobre el “sueño espiritual” que vivió aquellos días mientras dormía aún sin saber que estaba enferma.
“No existe la muerte. Allí estaban todos, estabas tú, todo el tiempo, pero también mis abuelos, tu papá, y otros que ya no están con nosotros. Estamos todos juntos, no hay límites.” Me decía tan segura, con la sonrisa de una niña que guarda su inocencia intacta. Que vivió en gratitud, que no se quejó nunca y cuando lo hacía era tan sutil y luego agradecida, que la queja se esfumaba como si nunca se hubiese pronunciado. Su fe, realmente fue inquebrantable hasta su último respirar. A mi insistencia en buscar una segunda opinión y hacer sus citas de seguimiento siempre me dijo: “Estoy en las manos de Dios y sé que lo que está pasando se trata de su plan maestro, siempre lo es.”
Y así fue. Se cumplió su plan. Se ha dado en ella el proceso natural que papi vivió hace un año y medio, que muchos de sus amigos y familiares han pasado y que inevitablemente pasaremos todos. Un proceso tan verdadero como la vida. Pero cuando una amiga se va, el vacío busca respuestas que no llegarán y la aceptación a veces viene lenta.
Hoy sé que me quedo con un inmenso amor que decido me guíe a ser un mejor ser humano. Me quedo con la luz que me regaló, y que compartió con todo el que conoció, con los jóvenes de Unity en North Carolina, sus padres, sus amistades, madres a quienes ayudó a parir cuando fue doula, bebés que estuvieron en sus brazos al nacer, estudiantes de yoga, sus padres, sus hermanos, sus hijos y su esposo. Su luz, eso fue lo que compartió.
Si hubiera sabido, me tomaba más fotos con ella, le dedicaba más tiempo, le hubiera dado un masaje, y muchos más abrazos. Sé que la mirada que nos dimos en la mesa de madera del comedor fue nuestra despedida, pero allí, no me di cuenta.
Hoy decido creer que mi hermana se pasea por el mar que tengo de frente y que canta con los pajaritos, que esta tarde jugaron por un rato en el cielo mientras tumbada en la grama disfruté al máximo uno de esos momentos sublimes, que son tan simples y tan grandes que uno sabe que son un regalo.
Hoy, decido creer que le llegan estas palabras…
Doy gracias a Dios por el regalo que me dio de ser tu amiga y hermana por 23 años, por ser la madrina de tus hijos y de tu boda, por todas las conversaciones y risas diarias que acomodábamos en calendario sin fallar. Por ser tú quien leía las primeras páginas cada vez que empecé un libro. Por la complicidad única de nosotras. Porque estuviste ahí en cada lágrima y en cada celebración, por el amor completamente incondicional con el que nos amamos, por los rituales en el patio, las clases de yoga que nos dimos, los cánticos y rezos. Por hablarme tan cándidamente de aquellos temas que duelen, tan abierta, tan conectada. Aprendí tanto de ti. Me siento dichosa de llamarte hermana y de que me llamaras hermana también. Nadie me conoce como tú, y estoy segura de que tu partida de este plano me guiará hacia las personas que también sepan amar como tú lo hiciste. Hermana, vuela alto, te amo por siempre. Allá, nos volveremos a abrazar. Gracias por tanto.
Si leíste hasta aquí, por favor, llama hoy a tu familia, a tus amigos, déjales saber cuánto les quieres. Agradezcamos la presencia de quienes nos acompañan en este camino de dualidad, de luz, de sombra y de amor.
Táyna Rivera Llavona es fundadora de Lo mejor de ti, lleva una década sirviendo a otros en su evolución personal y profesional; hacer transformaciones en sus vidas a través de la práctica seria del life coaching. Es Life Coach (CPC) (CRC) (CBEC), maestra en psicología positiva y maestra de yoga denominada Yoga Siromani en el 2004 en Sivananada Centre, Quebec. Ha llevado con éxito sus talleres y servicios corporativos a Costa Rica, Panamá, Estados Unidos y Puerto Rico. Es autora de las novelas de ficción "14 días de Marisol", "SIETE: Una historia para tu alma" y su más reciente publicación de autoayuda, "Hacia la Victoria". Ofrece talleres a empresas, grupos y servicios individuales en su oficina en Guaynabo y telefónicamente para clientes fuera de Puerto Rico.
Lo mejor de ti con Táyna
Columna de autoconocimiento y evolución personal.