“Este asunto del COVID 19 nos está apretando los botones a todos. Es esa la gran prueba. Nos toca crecer.” Así decía el post que incluí tarde en la noche, provocado por varias noticias, eventos, y vídeos compartidos en el transcurso del día, ni en veinticuatro horas.

Escupidas, gritos, peleas, golpes, fogosos desahogos, que además me robaron el sueño en la madrugada a pesar de respirar profundo, repetir mantras y orar. Parecería “normal” que situaciones tan inesperadas y duras nos empujen contra la pared hasta permitirnos dejar salir nuestras oscuras pasiones que, de hecho, todos tenemos. ¿Pero qué es normal? Esta es otra palabra de las que podríamos alejarnos, y la que intento remover de mi boca desde hace un tiempo. ¿Normal para quién? ¿Significa que al hacerlo todos se convierte en normal o aceptable?

Son cuestionamientos que al reflexionarlos el empujón se mueve hacia dentro de nosotros y no hacia la pared. Y qué oportunidad más bella de viajar en nuestro interior, precisamente revisar el nivel de esos arranques, sufrimientos y emociones fuertes que cuando se nos van de las manos podemos hacernos mucho daño. Sí, el daño es para nosotros mismos.

Mientras existe la posibilidad de sentir una agradable agitación al dejar salir la cólera, o la ira, lo que sucede luego no sólo puede ser una desagradable consecuencia, sino que inevitablemente se golpea la conciencia y nuestro ser, el que también ama, comprende, tiene similitudes con los demás y la posibilidad de manifestarse en bien, llevándonos al círculo vicioso del remordimiento o culpa. A eso que llamamos culpa no es otra cosa que el puente entre lo que fuimos y lo que podemos ser. Es la oportunidad de mirar nuestras acciones y decidir. ¿Y si aprendemos a dejar salir esas emociones de forma más saludable? ¿Y si hacemos práctica manejar nuestros incómodos asuntos previo a que las emociones se acumulen? Tenemos también esa oportunidad.

La ira, al igual que todas las otras pasiones, debe ser conocida para que pueda ser transformada, no destruya el deseo de hacer el bien y vivir una vida en equilibrio con el objetivo de evitar el carácter iracundo y todo el mal que produce a su alrededor, especialmente a sí mismo.

Aristóteles, afirmaba que la ira “es el deseo de devolver un sufrimiento”, pues los seres humanos no siempre somos conscientes del sufrimiento que causamos, ni somos buenos jueces cuando los agraviados somos nosotros mismos.

Esperemos que las corrientes situaciones nos ayuden a por fin hacer una evaluación de cómo queremos vivir y cuánto somos capaces de valientemente lanzarnos al quehacer de ser mejores personas.

Sugerencias:

1. Busca ayuda si sientes que no puedes controlar las emociones.

2. Haz hábito lidiar con asuntos incómodos inmediatamente y de forma saludable.

3. Busca servir, dar, eso ayuda grandemente a cultivar una emoción positiva dentro de ti.

4. Cuando sientas molestia o coraje, haz ejercicios o prácticas para dejarlo salir saludablemente y sin atacar a nadie.

5. Da #lomejordeti.