Igual que todos, llevaba más de siete días sin luz. Se acercaba la fecha de ir a Nueva York para asistir a unos eventos y seminarios, pero con el paso del huracán Fiona me faltaba decidir si ir o no. Cada día el esfuerzo de permanecer en gratitud y positiva era pesado, tampoco estaba ajena a los múltiples memes y “posts” en referencia a la apatía y coraje que despierta la palabra resiliencia. Además, sin duda, hemos pasado por mucho, muy corrido. Y no somos autómatas, hay que honrarnos desde lo que somos y donde estamos.

Dicen que quien no quiere caldo le dan tres tazas. Faltaban horas para tomar la decisión, si montarme en un avión o no, cuando me encontré con un enorme tapón llegando a mi casa. Se había derramado diésel, en un momento en que los errores valían por tres. Me dijo el policía que limpiarlo iba a tardar de cinco a seis horas. Finalmente pude entrar por otro acceso, al llegar encontré en la puerta del vestíbulo del edificio una nota que avisaba irónicamente o por causalidad, escasez de diésel, por lo que el agua se iba a regular a tres horas en la mañana y tres en la tarde. Imagino que a este punto del escrito alguna persona diría “eso no es nada, a alguien le pasó algo peor.”

Ciertamente, y algo mejor también. Me interesa ser y que, quien quiera, podamos ser empáticos sobre las circunstancias de todos por igual, porque a cada uno le afecta lo que está viviendo. Además, lo que sí se parece entre unos y otros no es la comparación del evento en sí, sino cómo lo vivimos y sentimos desde nuestra propia película. Más aún, la oportuna ocasión que se nos ofrece para precisamente crecer… sí, todo esto desde nuestra resiliencia, que en definición es: la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas.

Me ha dolido todo, la mamá que pasó el ciclón cargando a sus hijos en el monte de Cidra, que conocí porque me llevaron para proveerle herramientas para su superación. Me duele quienes no han podido salir de sus casas, quienes no reciben llamadas de sus hijos. Me afectó pensar en quienes conozco en el área del sur y que al escribirles no me contestan. Me dolió ver a mi amiga con su rostro cansado y nariz roja de llorar de impotencia por no poder cubrir del todo las necesidades de sus hijos, me duele sentir el país, a punto de romperse. Pero sé que quedarme repitiendo lo anterior solo lo alimenta. Por el contrario, dando lo mejor es que puedo servir.

Finalmente decidí ir a los seminarios, por un momento me distraje en el avión pensando en que de paso me relajaría con aire, los vientos de otoño y la luz, que iba a poder descansar, - el cansancio tampoco ayuda-.

No fue así. Causalmente otra historia estaba lista. Al arroparme y cerrar los ojos escuché muy cerca de mi oído derecho lo que parecía el compendio de los últimos tiempos. Motoras, alarmas, gritos desesperados, constantes bocinazos, más gritos, más alarmas, todos a la vez, sin pausa, toda la noche. Una película de acción con terror entraba en mi habitación y añoré estar en mi cama, en mi Isla, sin luz, sudando, pero más dormida.

Por un momento me sorprendí, luego tuve la tentación de quejarme, mas recordé todo lo que he superado, lo que he escrito y tanto más que nadie sabe, y cómo he llegado hasta aquí, así que activé la bendita resiliencia que para algo está ahí. A las tres y media de la mañana llamé al gerente y me movieron a un cuarto que sin ventana y ubicado en el interior, no tiene ruido.

Me dijo: ¿Usted sabe que la gente viene a este hotel buscando esos cuartos con ruido que usted no quiere?