“¿Y usted qué aprendió de nosotros?” La pregunta se quedó en el tintero por una semana, tiempo que les pedí para poder ofrecerles la sincera respuesta en persona, ya que los talleres se habían ofrecido virtualmente. Era el día de su graduación. Llevábamos meses viéndonos a través de las fabulosas plataformas creadas urgentemente en la pandemia. No era la primera vez que me encontraba con un grupo de hombres sensibles, con muchos deseos de aprender, pero fue el primero que se interesó por conocer mi perspectiva sobre lo que ellos ofrecieron. Me maravilla la sutilidad con la que se avisa la grandeza de algunos momentos, porque en definitiva son dados por el amor y para continuar creciendo en el mismo. El intercambio es inevitable durante una comunicación, pero más que un compartir de palabras, surge la ocasión de entregar energía, de ofrecer bien, y de restringir prejuicios, juicios y obstáculos.

Así me pasó con ellos y a ellos conmigo. Fueron meses de crecer juntos, fui testigo de transformaciones que se manifestaron en más tranquilidad, en dormir mejor, en reconocimiento de emociones y manejo de las mismas, entre otros. Los vi cambiar, los vi sentirse mejor con su realidad, los vi caminar más erguidos y estar más atentos, a ser responsables con la puntualidad, hacer las asignaciones y a pesar de problemas técnicos con la señal o logística, llegar siempre al salón.

Finalmente era el día del examen y la graduación. “Gracias por este regalo de amor.” Me compartió uno de ellos que lleva sobre veintiún años encerrado. Lo que hicimos fue aprender, llevar a la práctica nuevos hábitos de bienestar profundo, conocer nuestros límites, aprender a trabajar en nuestras conductas, reacciones, precepciones…un trabajo intenso que él recibió como un regalo de amor. Lo que aprendieron fue a amarse a sí mismos.

Y fue lo que les respondí a su pregunta, mientras las emociones fluían y me corría agua por la cara, les dejé saber que aprendí a ser más paciente, por la paciencia que ellos tuvieron con ellos mismos y conmigo. Aprendí a superar prejuicios, al verlos a ellos superar los suyos. Aprendí que la libertad se puede gozar en cualquier contexto, al verlos a ellos reír sin frenos, abrirse, hacerse vulnerables para desde ahí construirse aún sin saber si algún día saldrán de allí. Aprendí de su resiliencia, de su esmero, e intención genuina de crecer.

A quien hizo la pregunta le cuestioné si quería saber algo más o tenía algo más que decir. Ofreciéndome un “no” con la cabeza, compartió su gratitud con una mirada directa que también traía lágrimas de alegría, que, junto a las mías, revelaron uno de esos momentos que nunca se olvida y de los que, si se anda despierto, se aprende.

Sugerencias:

Enfoca en lo positivo que veas o reconozcas de cada persona con la que interactúes.

Activa tu fuerza de voluntad momento a momento.

Acepta tu realidad y busca transformarte a ti en ella.

Reconoce que lo único que podemos cambiar es a uno mismo.

Vive en aprecio por todo.

Inyecta alegría y curiosidad a la hora de compartir con otras personas.

Saca tiempo para la reflexión.

Sé empático contigo mismo y todos los demás.

Busca ayuda de ser necesario.