Cuando me di cuenta de que en una semana ya es mitad de marzo, fue como tirarme al vacío hacia una piscina de agua tan fría cuyo único propósito es despertar a quien desprevenido caiga en el agua. Así se sintió. ¿Qué estoy haciendo con mis días? Claro, gozo de gratitud por todo lo que tengo, he logrado, las altas y las bajas, también se agradecen. Sumergida en trabajo, con muchos planes, enfocada en manifestar lo propuesto, tuve que revaluar las resoluciones de nuevo año, no solo esas, sino las que me ha propuesto desde antes.

Sigo dándome con la misma verdad de que la felicidad es lo que queremos, lo que buscamos, lo que se añora. Por eso nos cuidamos, por eso comemos lo que nos hace bien, por eso tomamos decisiones que parecen ser correctas. Aun así… ¿Cuánto tiempo dedico para estar en la naturaleza? ¿Cuánto tiempo dedico para actividades que me traen alegría? ¿Estoy usando lo que tengo para dar? ¿Estoy alimentando además de mi cuerpo y mi mente, mi espíritu? ¿Estoy viviendo acorde a lo que se espera de mi o a lo que soy? ¿Estoy tomando las clases de piano que llevo posponiendo hace años? ¿Estoy usando el tiempo para aportar al Universo o para aportarme a mi solita?

La procrastinación nos detiene de administrar nuestras acciones y decidir movernos. Está ahí, lista para activarse en cuanto nos despistamos y ayudarnos a quedarnos en el mismo lugar, en zona cómoda que a la larga traerá incomodidad. El tiempo para hacer lo que nos toca, lo que debemos, lo que nos hace feliz, que en pocas palabras es vivir desde el bien que somos, es ahora. Existen dos caminos, dos voces, que nos llevan hacia un lado o hacia el otro, por algo están ahí. El camino que nos trae felicidad, no es el más cómodo, el otro nos puede ofrecer la ilusión de estar felices, cuando a la larga no es así.

Hay una felicidad que es real y otra prometida. Según la psicología positiva, la felicidad prometida es perecedera y dura lo que dura la chispa de un corto circuito. La felicidad real es sostenible, duradera.

Por ejemplo, no es igual la felicidad que ofrece comprarse el par de tenis nuevos que llevas viendo hace un tiempo y que trabajaste para comprarlos, a la felicidad que ofrece acompañar a tu madre a una misa o escuchar detenidamente alguien que amas. Abrazar con intención, hacer planes que incluyan el bienestar para otros, sonreír sin esperar nada a cambio, agradecer no sólo cuando todo sale bien o trabajar para fortalecer nuestros valores.

Nos confundimos con el tema de la felicidad hasta condicionarla. Escucho a menudo, cuando me case seré feliz. Cuando me compre la casa seré feliz. Cuando logre el negocio que quiero crear seré feliz. Y así vamos separándonos nosotros mismos del momento presente, el único que tenemos para movernos a través de nuestras acciones a sentirnos despiertos, provocando plenitud en nosotros y en quienes nos rodean.

Yo, me cansé de esperar. Ya no voy a esperar la llamada que espero hace un tiempo, ya no voy a esperar por amigas para celebrar, ya no voy a esperar porque la pandemia termine oficialmente para sentirme confiada, ya no voy a esperar a que algo fuera de mi pase para provocar mi gratitud, mi esperanza, mi alegría.

Haz lo que te traiga la más profunda felicidad. Dile a quien extrañas que le extrañas, toma clases de lo que siempre has querido, visita la gente que te rodea llevándoles tu amor, da, reparte lo que tienes para dar, muévete, ríete, canta, baila, ayuda, no esperes para vivir la vida ni que la vida te viva. Vive.

Estamos ya entrando en primavera y el tiempo no nos espera. ¿Qué estamos haciendo?