Por más que nos encante ese arrocito guisado y granosito por el que se asoman timidonas algunas hojitas de recao y una sarta de trozos de salchichas redondos y suavecitos, verlo o probarlo nos activa el recuerdo de tormentas y huracanes.

No me diga, querida lectora o querido lector, que no se le activa el álbum de memorias mentales de María, ese huracán que arrasó la Isla hasta las tripas y que confirmó lo que todos ya sabíamos, porque es el pan nuestro de cada día: el sistema de energía de Puerto Rico está en coma.

El arroz con salchichas se alzó como la comida de todos, supongo que porque el arroz es un producto rendidor y la salchicha aportaba un chispitín de proteína. Era comida caliente, rica, que nos devolvía por unos minutos a una normalidad que tardó en llegar y nos costó recuperar. De la olla comía un batallón, porque en eso de compartir y multiplicar somos expertos, sobre todo en momentos de caos colectivo. Con suerte había, quizás, algunas habichuelas para bañar ese platillo que se disputa el título del más preciado y reconfortante con los apetitosos sandwichitos de mezcla.

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Pues, por ahí vamos de camino nuevamente, hacia el arroz con salchichas, a juzgar por los avisos sobre una temporada de huracanes furiosa y desquiciada que con Beryl nos ha dado un sopetón de anticipo. Gracias a Dios que nos pasó por debajo, porque si le hubiera dado por subir, nos habría partido como a una china, en gajos.

¡Prepárense!, diría el clima si hablara. No hay quien lo despinte, la madre naturaleza tendrá este año varios partos. El PTSD -trastorno de estrés postraumático- se activa con lo mínimo. Basta escuchar el anuncio de algún puntito saliendo de África para imaginar que se convertirá en una pelota gigantesca y de bordes desgreñados que nos pasará por encima.

Los cuentos de terror son de nunca acabar y salen a flote en cualquier actividad. Meses a oscuras por falta de energía, derrumbes, techos que volaron, inundaciones, vegetación caída, puentes colapsados… el menú es extenso y variado. El tema de las tres mil vidas perdidas no lo voy a tocar, porque activa una tristeza demasiado lacerante y profunda que ha quedado presente en nuestros corazones.

¿Estamos preparados? Pues, no. Los huracanes son como la muerte, los divorcios, los fracasos, los hijos, uno lo intenta, pero no hay manera de prepararse porque no existe una fórmula, manual o instrucción perfecta. Hacemos lo que podemos, cada cual con su presupuesto e ingenio, para apertrecharnos y evitar la escasez de los artículos indispensables para sobrevivir. Agua, baterías, gas, diesel, gasolina, alimento, abanicos, estufitas, plantas o placas, medicinas -por solo mencionar algunos- y el más codiciado producto de todos: el papel de baño, que como somos tan culilimpios el no tenerlo nos produce histeria.

Todos y todas somos expertos en meteorología y entramos a vaticinar que si sube por aquí, baja por allá, y si lo vemos cerca o en ruta directa nos entra una cosa mala mala mala. Ojalá que este año las rutas no nos incluyan, que tormentas y huracanes se desvíen, se confundan…. que como dice Olga Tañón, “que se vaya, que se vaya, que se vaya de mi vida…”.