La empleada que atiende la caja registradora, simpática y diligente, piropea las pijamas que estoy pagando en esa tienda a la que acudimos por un artículo y salimos con diez. “Bellas”, me dice mientras le retira el avechucho plástico que suena si se te ocurre salir sin pagar.

“Hay que renovarlas”, le digo mientras ella envolvía en papeles de estraza un par de velas en pote de cristal. “Pues yo compré unas cuantas para mi bulto de hospital”, comentó. “Ay bendito”, le contesté, “¿se va a operar?”. “No”, me dijo sonriente, “es que tengo un bulto preparado para el hospital por si me ocurre alguna emergencia… ya sabe, pijamas, toallas, ropa interior… Afortunadamente, no he tenido que usarlo, quienes le han sacado provecho son mis hermanas”, me contó ya en ese tono más de cháchara que sostenemos con bastante facilidad las mujeres, aunque no sepamos quién es una y quién la otra.

Me quedé estupefacta y sin pestañear. Cómo es posible que a mí, Mrs. Preparación para Emergencias de Puerto Rico y Áreas Adyacentes, no se me haya ocurrido tener un bulto listo para cualquier soponcio o síncope repentino que me lleve de “vacaciones” al hospital. Me imagino a mi marido, presuroso y entre nervios, preparándome una maleta con cualquier trapo viejo, o de diseños y colores que no pegan. Supongo que olvidará la frisa -yo que soy tan friolenta- y unas medias gordas y calientitas que son mis favoritas y que pueden salvarme la circulación. Y lo peor, el bolsito con los potingues que para nosotras son de primera necesidad.

Lo cierto es que nos preparamos para un montonete de cosas de mediana o poca importancia, sin embargo, para aquellas verdaderamente cruciales y que inevitablemente nos tocarán, no. Vivimos tan en lo pasajero, tan metidos en los teléfonos, rodando la pantalla con el dedo, viajando por las redes sociales, atendiendo cualquier sonido de “tin”, “pim”, “pum” de cada notificación... tan inmersos en el chisme del día… en fin, que no prestamos atención a lo que merece que movamos el culete y nos preparemos.

Pues sí, un bultito para el hospital nos vendría bien, al igual que un ahorrito para las emergencias del hogar. Tan pronto se daña una cosa se averían tres o cuatro más. Se nos convierte el día en un nudo apretado de preocupación porque, precisamente, no nos ocupamos antes.

¿Y qué me dicen del retiro? Vivíamos pensando en el presente porque no nos enseñaron a remontarnos al hoy. Dale ahí, haz un refinanciamiento y saca chavos, métete en el préstamo… que la última la paga el diablo. Pues el diablo nunca aparece para pagar los embrollos en que tantos se han metido al punto de que luego de revolcarse entre billetes ahora no tienen para pagar, han perdido su hogar y viven una deshidratación monetaria triste, tristísima.

Con la salud es igual. Hemos abusado del cuerpo a gusto y gana. Todo es primero en la lista y en la última posición está el cuidado de la salud, física y mental. Ignoramos los chequeos que podrían salvarnos de algo peor. Al ginecólogo, urólogo, dentista, a la mamografía, endoscopía, colonoscopía y todas esas vainas que terminan en “ía”, incomodísimas, pero que son vitales para disfrutar la vida en salud. Punto y aparte esa tristeza, esa congoja que estrangula el alma. No la atendemos, no le damos prioridad. Entonces se va acumulando, y acumulando, y acumulando, hasta que explota en una depresión terrible que te lleva a un hueco sin final. A veces se puede salir, otras veces no hay final feliz.

Así que a prepararse. ¡Hay que prepararse!