Pues, mire usted… Tengo una amiga guapísima y pimpolla que, a sus cincuenta y tantos -el tantos es alto-, se ha enganchado con un polluelo cuarentón -el tón es bajito- que la trae, en el buen sentido de la palabra, loca de remate. Es un hombre bueno, guapo, simpático, que la trata como a una reina y, lo mejor, la hace reír. Justo lo que ella necesitaba.

Chinches a montones le hubieran caído en otros tiempos. Ahora, afortunadamente, se reconoce que amar y ser amada es tan y tan valioso y fundamental, que las mentes recalcitrantes se han ido ablandando y ya van aceptando lo que antes les resultaba un escándalo: que una mujer madura se enamore de un hombre menor. ¡Atúkiti!

Antes -en el siglo pasado, que no es que está tan lejos- era un pecado capital digno de chismes de gigantesco tamaño. Las mujeres eran despellejadas en habladurías condimentadas con detalles inventados.

Los chismes, amigas y amigos, son como un tornado, una nube arenosa y espesa que se fortalece y arrastra al que se encuentre. Un horror. Poco faltaba para que las rostizaran en una hoguera como a Juana de Arco, una líder guerrera francesa que luego de triunfar en varias batallas la acusaron de hereje y la incendiaron sin piedad. Y ojo, que Juana no tiene relación alguna con este cuento.

Al hombre no. Ese podía andar embracetado y dulzón con alguna muchacha joven y hasta standing ovation le dedicaban. Clap, clap, clap. El susodicho se convertía en la comidilla del pueblo, pero para bien, porque se ensalzaba su virilidad, su supuesta potencia sexual -supuesta, dije, que eso a nadie le constaba excepto a la muchacha- y se piropeaban los atributos que le ganaron un amor joven, nuevo, rozagante. ¡Alábalo que vive!

Volviendo a mi amiga, luego de un par de relaciones que terminaron como el rosario de la aurora, en desastre, ha encontrado un oasis de bienestar, una fuente de emociones y una cascada de aventuras y risas. Maravilloso, porque bastante falta que le hacía sacudirse el espíritu, retomar la vida, y pasarla bien. Bueno, ella y muchas como ella que han sobrevivido la debacle de alguna relación.

Otra amiga, que se acerca a los sesenta -está ahí, a ley de días- vive un sólido romance matrimonial con un hombre de quince años menos. No parecen una mayor que el otro, porque él tiene apariencia madura y ella una juventud envidiable. Así como les cuento, son varias las mujeres que conozco que han encontrado el amor en un hombre joven que les hace temblar como gelatina, que les devuelllllve a la vida. Pero vamos a ver, que si vas en el avión del destino y te ofrecen “chicken or pasta”, agarra el pollo, mujer, que pasta siempre habrá después. Y si es “chicken or meat”, pues escoge la carne, nena, ejerce tu derecho a caminar con un ejemplar que te haga feliz.

Ambas amigas se ven rejuvenecidas. Nada mejor que un amor nuevo como tratamiento de belleza total. Corren al clóset y hacen resaque, botan las batoletas viejas y pasadas de moda, y se compran nuevos ajuares. Se cambian el cabello y ese nuevo look les queda de show. Se trepan en las tacas coquetísimas, erguidas, y se pintan los labios nuevamente de rojo pasión. Es como un tune up del alma y el cuerpo. Lo mejor de todo es que sonríen, que se sienten felices, que escriben una nueva página de vida, que “se jayan”, como diría Bryan Villarini. Y ese “jayamiento” es como una poción mágica: LAS REVIVE.