Experta en caerme
He seguido cayéndome, pero la más reciente, y la que me ha causado mayor vergüenza, ocurrió hace unos meses en la boda de Aixa (Titi Aixa) y Mario.

Nota de archivo: esta historia fue publicada hace más de 3 años.
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Soy experta en caerme. Expertísima. Este cuerpo ha probado cuanto suelo hay, desde mullidas alfombras hasta pasto sin cortar y, por supuesto, brea. Ya les digo, soy muy versada en eso de tropezar o de enredarme en mis propios pies y reventarme como una guanábana.
De mis caídas el primer recuerdo que tengo es el de mi Primera Comunión. Las piernas me temblaban. Tenía que hacer la genuflexión, es decir, arrodillarme frente al altar y persignarme. Iba vestida con un batolón blanco y unos zapatos chambones de charol blancos también. Sabía que me caería. El presentimiento me acompañó durante todo el desfile por el medio de la iglesia junto a mis compañeritas/os.
No más comencé a arrodillarme, el temblor de las piernas me traicionó y caí hacia atrás, patiabierta frente al cura. Menos mal que tenía unas medias de nilón espantosas y tupidas que evitaron que se me vieran las pantaletitas. Un horror.
En mis años universitarios me caí un par de veces, pero ese fuete me lo busqué porque íbamos a clase en unos tacones de trabillas delgadas, con el pie casi al descubierto. Pisabas una piedrita, tambaleabas y, racatán, pa’l suelo es que vas. Alguna huella dejé en la placita de Humanidades.
En ese entonces, era yo muy discotequera, y bailando en una que se llamaba Mirage -y que ahora se llama Brava- se me voló una sandalia, tropecé y justo cuando caía me mondé el dedo gordo del pié con un vaso roto y de cristal. A las tantas de la mañana llegué a casa con el dedo cosido y tuve que aguantarme la cantaleta de mi santa madre, porque resulta que andaba medio escapada.
Ya en mi etapa profesional, tenía que viajar a Nueva York como parte del equipo de trabajo de un salsero. Cargaba en una mano la maleta y en la otra un abrigo largo y espeso guindando del brazo. Sólo puse un pie en la escalera del segundo piso de mi casa y lo próximo fue irme de boca y barrerla con el pecho. Menos mal que la alfombra amortiguó un poco el golpe, aunque coroné la cabeza rompiendo una sillita de madera que teníamos en el descanso de la escalera. Le partí una de las patas con el cocote y menos mal, porque el golpe hubiera sido a la pared.
Preñada con una barriga colosal de gemelos que me brotaba desde el pecho y parecía un melón de agua, me caí frente a esa famosa tienda de juguetes que ya no existe en Puerto Rico. Iba con mi amiga Nívea a comprar cositas para los bebés, no me fijé en la bajada de una cuneta y aterricé en el piso en cuatro patas.
He seguido cayéndome, pero la más reciente, y la que me ha causado mayor vergüenza, ocurrió hace unos meses en la boda de Aixa (Titi Aixa) y Mario. Tras el encierro de la pandemia, me encaramé en unos zapatos todos forrados de rhinestones, espectaculares, y con un tacón alto, pero ancho. Vestía un batolongo bello, dorado opaco, con escote de medio lado. Caminaba de lo más pizpireta junto a mi marido por un sendero de piedras chiquititas que conducía a la entrada del salón, cuando pisé un hueco y me fui cayendo, cayendo, cayendo, como a cámara lenta. Creo que quien venía detrás debe haber visto la fajoleta.
Hágase la peliculita, imagíneme y ríase. No tenga pena, ría a carcajadas de mis traspiés. Por eso lo escribo, porque viviendo lo que estamos viviendo nos hace tanta y tanta falta la risa.
Sesentona y puertorriqueña, esposa, madre de cuatro, abuela pandemial, profesional de las Relaciones Públicas, bloguera, colaboradora de televisión, opinionada, pizpireta y autora de TiTantos. Seguida por miles de mujeres que se ven reflejadas en sus columnas, escritas con un estilo liviano, divertido, lanzado y hasta dramático, y basadas en la cotidianidad de la vida de una mujer.
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Todo lo que vivimos, sentimos y opinamos las mujeres de titantos años....desde la locura de mi vida hasta la locura de la tuya