Por alguna razón, el ambiente dentro del auto se presta para conversar. Creo que la intimidad de la cabina y el airecito acondicionado se confabulan para zarandearle a uno el pensamiento e invitarnos a hablar largo y tendido, tan largo y tendido como dure el viaje hasta donde vayamos.

Aprovechando esa oportunidad, conversaba con mi marido sobre los diptongos y los hiatos. Le comentaba que no sé para qué los estudié si, total, nunca los he recordado. “Sí, ya sé, hay que tener conocimientos básicos”, le comenté antes de que me regañara con su respuesta.

Sin embargo, mi inteligencia medianita -con la que me ha ido bastante bien- me dice que los conocimientos básicos deberían ser otros, especialmente aquellos que sean de cierta utilidad en la vida, para el bienestar. Es más, me encantaría meter la mano en ese panfleto grande y gordo -así me lo imagino- que contiene los currículos de Educación. Meter la mano o mejor, meterle mano. Hasta puedo verme redactando nuevos cursos como, por ejemplo:

MANEJO DE EMOCIONES: ¿Cómo es que entre tanto intelectualete a nadie se le ha ocurrido incluir una clase, por lo menos una vez al mes, en la que se enseñe -desde los primeros grados escolares- a manejar esas emociones que se suprimen y se van cocinando en un caldero mental a presión, que explota años más tarde? Las frustraciones escolares, los complejos, vencer los miedos, ganarle la batalla al coraje, escoger la paz…. Vamos, que seguramente existen sicólogos excelentes que puedan dar esta clase tipo taller, de manera que no sea una cantaleta aburrida. Se evitarían tantas tristezas, tantas tragedias…

FINANZAS PERSONALES: Pues yo no sé usted, pero mi santita madre me enseñó de todo, pero se le olvidó mostrarme cómo bregar con las finanzas personales. Bendito, es que en el año de las guácaras, cuando me crié, se vivía un día a la vez y se estiraba como chicle el sueldito que mami devengaba como maestra del sistema público. Se pagaba una cosita hoy, otra mañana, se hacía un prestamito… mucho logró mi viejita sin saber un ápice sobre finanzas. De adulta, al momento de comprar nuestra casa, no sabía tres pepinos sobre intereses y me perdía entre toda esa verborrea bancaria. Loca estoy porque mi nieta tenga un añito más, o sea, dos, para comprarle una alcancía y enseñarle a introducir en esa rajita unas monedas para luego contarlas. Sería genial que los niños y niñas vayan aprendiendo y que en el futuro puedan manejarse efectivamente.

DEFENSA PERSONAL: Otro sería el cuento si se nos enseñara, sobre todo a las mujeres, a defendernos. No es cuestión de violencia, sino de saber protegerse.

LENGUAJE DE SEÑAS: Inglés, francés, italiano, vaya, hasta mandarín se ofrecen como electivas en escuelas, colegios y después en la universidad. Pero, ¿qué hay del lenguaje que nos permitiría comunicarnos con nuestros hermanos y hermanas sordomudos? Sería fantástico que tuviéramos la posibilidad de comunicarnos. Y no se queda ahí. El lenguaje de señas podría ser nuestra salvación en una cama de hospital, cuando alguna condición de salud no nos permita hablar… o hasta en una situación de miedo, de maltrato, para enviar un mensaje pidiendo ayuda y rescate.

SOLIDARIDAD Y VOLUNTARIADO: Sería fantástico que, como parte del programa de estudios, se enseñe el concepto de la solidaridad y el de voluntariado. Esa semilla de bondad y compasión rendirá frutos maravillosos en cada comunidad. ¿No les parece?

Pero bueno, esa soy yo, ya les digo, soy de inteligencia medianita. Los cocorocos de Educación dirán que estoy loquita… pero me reafirmo y no estoy loquita na’.