Harta… usted imagine que lo escucha como “jarrrrrrta”. Bien hartita me tienen las cuchucientas llamadas de gente que pretende tomarme el pelo y que me tratan como a tonta. Tengo todos los defectos del mundo, pero tonta no soy.

Así que me la paso block, block, block al agente que me informa que a mi hermano le ha dado un patatú en un establecimiento en Miami y que necesitan mi dinero para llevarlo al hospital. “Pues mire”, le contesto, “no se preocupe y déjelo por ahí tirado”. Obviamente, mi hermano no está en esa ciudad.

La otra señora que llama es muy amable. Es de una empresa para gente con problemas de crédito. Su tono de voz es misericordioso, hasta me dan ganitas de llorar. Un día me dio pena y le seguí la corriente. Le dije que me llamaba Migdalia, que era viuda, que me sentía desolada, falta de amor, de gente que me abrazara, me comprendiera. Ella se mantuvo firme preguntando por mi crédito, preocupada. Le agradecí su inquietud, sus ganas de ser mi ángel de la guarda, le aseguré que rezaría por ella y le pedí que le transmitiera mi agradecimiento a esa empresa tan bondadosa que obtuvo mi número del cielo para hacerme la caridad. No sé cuántas cosas me inventé durante la llamada, lo cierto es que la señora se cansó de escuchar mis cuentos, porque aproveché para contarle de la invasión de las iguanas verdes, la inflación, el cambio climático… es más, creo que hasta abogué por la paz mundial.

También me han llamado dizque del Seguro Social para advertirme de un fraude horripilante a mi nombre, una cosa espantosa por la cual un alguacil vendría a buscarme para llevarme presa y quitarme mis hijos. A esos los mandé al carajo de inmediato. Dime lo que quieras, pero a mis hijos no los metas.

Las que más me gustan son las del banco. En esas me piden mi número de seguro social. “Hagamos algo”, les digo tajantemente, “dame tu número de seguro social para llamar al banco y corroborar que eres la persona con la que estoy hablando”. Entonces se enfogonan, me cuelgan rancontán.

También me escriben por email desde el otro lado del planeta para anunciarme que tengo una herencia millonaria en Kazajistán y que debo cobrarla de inmediato. Ya quisiera yo que algún Green de alta alcurnia y bolsillo profundo viviera por esos lares y me dejara una chauchita, que bien que me vendría.

Otros, por mensajería de Instagram -cuyos recovecos no entiendo, así que no manejo bien- son hombres que quieren conocerme. ¡Ajajajajajajajajaja! Son médicos, soldados, ingenieros, arquitectos -ningún bembetranca-, que saludan con un hello en inglés o en un idioma o dialecto que no tengo idea de dónde es. Con esos me parto de risa. Todos jóvenes, todos bellos, guapetones, fortachudos, y siempre andan en botes, carros de carrera y aviones. Vaya, vaya, vaya.

Ayer me habló una grabadora muy simpática para decirme que AT&T estaba cambiando su 5G y que debía actualizar mi teléfono, porque de lo contrario, me lo desconectarían. Jamás estuve con esa compañía, pero como no tenía nada que hacer, marqué el número uno para hablar con un muchacho a quien le informé que esa empresa agarró la juyilanga y ya no está en Puerto Rico. Noté el cambio de su voz, ya no sonaba de recursos humanos. Así que antes de que me colgara y que yo procediera al block, block, block, le di una buena mandada al carajo.

Harta. Hartita estoy. ¡Jarrrrrrta!