Yo les llamo “los invasivos” porque no sé de qué otra forma nombrarles. Son seres tipo “Casper, the friendly ghost”, que aparecen así, de la nada, por obra y gracia, de repente, y te invaden, te asedian, te persiguen.

Ya no bastan las llamadas de números larguísimos de países remotos, tampoco los correos electrónicos con informaciones falsas. La nueva modalidad es irrumpir en tu cuenta de Instagram para hacerte el cuento de que nacieron en la extrema pobreza, o que estaban endeudados hasta el ñu y ahora son los reyes de las criptomonedas.

¡Válgame, Dios! Supongo que al igual que muchos de ustedes, soy de las perseguidas por estos tipejos y tipejas que intentan apoderarse de tus seguidores -sean muchos o sean poquitos- para promocionar ese negocio moderno de las cripto que, por cierto, es bastante difícil de entender, sobre todo para quienes nos criamos en la era de la moneda de papel.

Yo me indigno, me molesto y cabreo, y paso la tarde bloqueando esas cuentas -y otras que pueden crear, según lee el mensaje que te aparece- y enviando al zafacón esos mensajes. Me aterra que alguien que lee mis posts pueda caer en ese scam.

El scam es, según gugulié, “una nueva forma delictiva que amenaza a los usuarios de internet. Es más peligroso que un virus y más comprometido que el spam. Es, a grandes rasgos, una variante del phising o robo de datos”. ¡Carajo!

He podido sobrevivir las llamadas de Tanzania, Zimbawe, Madagascar y Alemania que sonaban a las tantas de la madrugada y me dejaban sentada de sopetón sobre mi cama y a punto de infartar. También pude escapar de los correos electrónicos malamente traducidos del árabe, ruso y hasta del coreano con noticias fantásticas sobre millonarias herencias o peticiones tristes y acongojadas para salvarle la vida a alguien con una purruchá de dinero. Ahora me toca enfrentar, a capa y espada, los mensajes de “los invasivos”, esa cepa que aparece sin ser llamados, escribiendo en un solo párrafo, largo y sin espacio para la respiración, sobre la señora Nancy, la Lisa Bitcoin y otras por el estilo.

La señora Nancy es referida por un hombre nacido en Puerto Rico -así dice el supuesto cuento- “de una familia muy pobre. Pero actualmente estoy en Washington y desde que conocí a Nancy (y aquí pone la cuenta, que aparece en letritas azules para que usted marque y se conecte) mi vida ha cambiado”. El hombre, que aparece bajo el nombre de Kev, está que brinca en una pata de la alegría porque ahora es inversionista y su primera inversión fue de quinientos pesos, o sea, quinientos toletes.

Entonces está Alverta, quien hace una narración explícita sobre Lisa Bitcoin. Fíjese usted el punto de creatividad y fantasía. Cuenta Alverta que Lisa es una minera -o sea, que extrae minerales- muy “confiable y profesional”, que ha hecho que diez mil personas “ganaran una gran cantidad de dinero a través de sus operaciones de inversión”.

Mire usted, hermana y hermano que me lee, Lisa es una angelita caída del cielo… es que ya me la imagino, con esos cachetitos rebosantes y coloraditos, repartiendo varitas mágicas a todos los que -se repite la misma cantidad- inviertan quinientos pesos.

Yo debo tener una cinta -de esas que lleva Miss Universo, con letras de escarcha plateada- que diga Mrs. Block, porque me la paso bloquea que te bloquea a estos sinvergüencitas que, sin pena alguna, invaden y promocionan sus engaños. Bastante ya tenemos encima como para caer de zánganos.