Madonna cumple 65 espléndida, activa y victoriosa ante un encuentro cercano y del tercer tipo con la muerte ocurrido hace un par de meses. No era el momento de marchar y agitar los residentes del cielo con su picardía y contoneo.

La artista celebra la edad y el regreso a la vida retomando una gira de esas con las que recorre el planeta, se sube al escenario livianita de ropa y se mueve como la reina que es. Olvídate de las otras, ella es la “mother of the chicken”, la que rompió los esquemas, la que violó las reglas como le dio la gana y la que hizo historia.

Okey, se ha hecho algunos pespuntes en el rostro que le han dado un aire asiático, con los cachetes inflados y los labios ensanchados, pero que se joda, ella se siente feliz, plena, y eso es lo que importa. Digo, así parece.

Los 65 asustan, no para salir corriendo, pero sí producen nerviecillo. Las que han llegado y las que vamos en camino experimentamos algo extraño. Es como una batalla entre la edad y lo que sentimos. La que quiere detener la marcha, descansar y tejer o hacer macramé y jugar bingo lo puede hacer perfectamente y con todo derecho, se lo merece. Pero hay otras que sienten un petardo, un “cheribón” listo para estallar y empujarlas hacia un universo de nuevas aventuras y placeres.

Me lo comentaba una amiga el otro día, mientras disfrutábamos de un whiskey en las rocas: “en esta etapa de la vejez, me siento más que lista para todo lo que me venga en gana”. Y tiene razón. El cuerpo cruje y a veces rechina como lo hacen las puertas viejas de madera, las venas se levantan trazando un mapa verdiazul, y el espejo -de aumento, porque la vista nos la vamos dejando por ahí- nos regala cada día alguna marca o una nueva arruga. El numerito pesa, pero se puede cargar. Y se hace con gratitud y dignidad.

El espíritu se siente picoso, coquetón y sabroso, tanto así que cuando escuchamos en los medios que mencionan a una “sexagenaria” se nos retuercen las tripas y se nos enredan las Trompas de Falopio.

Lejos de chuparnos la alegría y las ganas, la sexta década aparece con una inyección de energía y, lo más importante, con sabiduría. Entonces, en el horizonte de lo que nos falta por vivir, aparece un listón de tareas por hacer, metas por cumplir, sueños por los cuales luchar.

Ay no, eso de que se va acabando la vida no va con nosotras. Al contrario, la vida comienza. Atrás quedan los amarres y las responsabilidades tiesas e imposibles de doblar.

No hermana, ha llegado el momento de liberarse, de correr a cámara lenta dando pelo hacia la izquierda y la derecha, de poner a todo volumen el “Borderline” de Madonna y bailar gozosas. Está bien, hay que inscribirse en el Medicare, bregar con el enredo de ofrecimientos para escoger uno de esos planes Advantage y acostumbrarse a anotar en la agenda la pila de visitas médicas. Que si el dentista, el quiropráctico, el gastroenterólogo, el cardiólogo, el ginecólogo… todo lo que termine en ólogo o óloga y que, ni modo, nos toca.

Pero también nos toca sentir… sentir emoción y culitrinquería por experimentar lo que se ha quedado pendiente, caminar hacia ese lugar que dejamos de lado, bailar y reír. Sobre todo, reír.