Okey hermanas, hablemos de la mamografía -a la que cariñosamente llamamos “la mamo”-, esa prueba que no nos gusta, a la que le sacamos el cuerpo, pero que puede salvarnos la vida. Sí, la VIDA.

Y hablemos con honestidad, a panty quita’o. ¡Qué antipática la maquinita! Por alguna razón de mi extraño cerebro me recuerda a Godzilla, aquel monstruo prehistórico, áspero y espantoso que salía desde el fondo del mar en una serie televisiva que transmitían allá para el año de las guácaras y que no sé ustedes, pero yo no me la perdía.

Lo primero es la batolita, una sabanita de papel verde clarito que, acá entre nos, debería ser más inclusiva con quienes llevamos unas cuantas libras de más y hemos dejado la cintura tirada por ahí, en algún lado. A mí el cinturoncito casi no me cierra, así que inhalando paciencia tengo que estiiiirarlooooo a derecha e izquierda con cuidado de no romperlo para lograr que ambas puntas se encuentren en el ombligo -ese sí que me queda- y unirlas en un nudito.

Entro a la habitación culitrinca, intentando manejar mi ADD para captar y seguir al pie de la letra las instrucciones que con precisión y dulzura me da la técnica. La plancha de la máquina te aplasta el seno primero de frente y luego de lado para capturar en detalle y perfectamente esa imagen que puede detectar cualquier irregularidad que haya que atender. La pieza que aplasta es transparente. Supongo que puedes ver el seno si echas un vistazo de refilón, pero como soy cobarde, no quiero ver el espacharramiento de la poca teta que me queda en el cuerpo. Ya saben, la misericordia debe comenzar por Misma. Siento susto, cierro los ojos y rezo. No duele. Lo que se siente es una molestia mínima y de segundos, nada de gritar o llorar. Es, literalmente, una apretaíta.

La sonomamografía viene después, con ese gel frío y esa maquinita tipo rodillo con la que te recorren pa’rriba, pa’bajo, pa’l centro y pa’dentro. Es un proceso sin dolor y bastante rápido que, en mi caso, como soy un manojo de miedos, lo paso hablando. Le monto conversación a la técnica para que se me olvide que estoy allí acostada con el pecho sesentón al descubierto. En la cháchara le pregunto su nombre, por su familia, por sus sueños, sus ilusiones. Vamos, que una hora más y me convierto en su mejor amiga. Evito hablar de política o de cualquier tema que pueda resultar incómodo para las dos, no sea que me dé un bioco y salga disparada y corriendo.

Del endovaginal no voy a hablar. Eso lo dejo para otra columna, o mejor para un show donde pueda tener la libertad de describir a boca de jarro ese aparato de ultrasonido que insertan y con el que recorren los recovecos de nuestro interior retratando todo a su paso.

Lo tomo a broma porque no me queda de otra. La risa es una herramienta fantástica para vencer los nervios. Pero, me queda clarísimo, y por eso se los comparto hoy, que es importante, fundamental y crucial asistir a ese chequeo anual. Esa visita previa al médico -prueba de Papanicolau incluida- y ese combo de mamo, sono y endo pueden ser determinantes.

Así que déjense de vainas y excusas, hermanas, que nos falta mucho por brincar, correr, gozar, reír, bailar... VIVIR. La convocatoria está abierta: mueva ese culete, respire profundo y hágase la mamografía.