“El miedo a la gaveta”, decía Héctor “El Father” en uno de los temas de su picantona temporada en el reggaetón. Tanto pegó la frase que, desde entonces, se dice y repite y hasta se convirtió en una convocatoria para superar la desesperación que provoca la sensación de hundirse en una arena movediza que nos traga cuando, por una u otra razón, sentimos miedo.

Identificar el temor -que detiene, congela y paraliza- atraparlo y meterlo a empujones en el rincón del cerebro destinado al olvido no es nada fácil, especialmente cuando se pasa la línea de los 60. Cerrar la gaveta requiere bastante esfuerzo y mollero.

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Sin embargo, ese nervio intenso que activa cada célula de nuestro interior y ese feeling de peligro y riesgo que nos frena e inmoviliza, no son nuevos. Nos han acompañado toda la vida. Miedo al primer día de escuela, al desamor, a las enfermedades, al fracaso, a la escasez, a no tener dinero, a los accidentes, a perderlo todo… Vamos, que hay toda una enciclopedia de miedos pululando en nuestro interior. Y bueno, ante la imposibilidad de deshacernos de ellos los vamos toreando cuando aparecen, luchando casi como David contra Goliat para vencerlos. A veces se logra, otras veces no se dominan y se asoman los ataques de ansiedad y pánico.

A los 60 años el panorama, para muchos, pinta triste y tétrico. Hace poco me lo comentó una lectora en una sola oración: “Cumplí 60 años y desde entonces me siento deprimida, lo asocio con que estoy en camino a morir en cualquier momento”. Tan pronto la leí, quedé como Sanz, con el corazón partío.

¡Racatán! El miedo a morir va apareciendo tímidamente, pero luego se manifiesta contundentemente y caripelao en la tercera edad, con mayor intensidad que en la primera y segunda.

Se siente como un puyazo, como el susto que provocan las alertas que suenan en los teléfonos anunciando que alguien desapareció. Entonces, aumenta y crece tan pronto nuestro entorno va mermando, porque la gente querida se va. En la juventud, ni cuenta nos damos, pero en la viejitud cobramos conciencia de que estamos en turno en una fila que se va acortando. ¡Yisus!

El factor cronológico -orgánico y natural- late en la mente y resuena en el cerebro. Sabemos que vamos de camino, aunque desconocemos cuándo nos tocará.

Tengo varias amigas que dicen estar preparadas para el momento de partir. Lo cuentan en medio de las chácharas, con candidez, con tono de resignación. “¡Pues yo no!”, les contesto en un grito, “conmigo que no cuenten allá arriba, que yo ni estoy preparada ni tengo ganas. Y, sí, le tengo miedo a morir”.

Entonces leo en este diario que una espléndida sesentona, Alejandra Marisa Rodríguez, ha ganado el título de Miss Buenos Aires y con ello se encamina a participar en el Miss Argentina. Supongo que deberán corregir lo de Miss por Mrs, pero bueno, ese es un detalle que no quita el sueño.

Pues Alejandra Marisa, de una guapura estupenda, seguramente es de las mías. ¡Nos falta por vivir! Así que aprovechó el cambio en el requisito de la edad y se lanzó valiente y decidida. Quizás también ha sentido el miedo a morir, pero ni la entumece ni la trinca. Se siente lista, ¡ready! para este tramo de vida y lo camina con pasión.

A fin de cuentas, no hay que tenerle miedo al miedo, y lo que sea de tiempo que nos quede no es para tontejerías, y mucho menos para colocarnos en posición fetal por el miedo a morir, es para VIVIR.