Lo comenté en mi sección en “Noticentro al amanecer” (Wapa TV) y aquí lo repito: cada vez que escucho la palabra sexagenaria se me arruga el alma, se me hierve el espíritu y siento que una punzada me atraviesa el hígado. Y no es la palabra, es lo que se implica al utilizarla de cierta manera. Es ese dejo, esa pronunciación, ese señalamiento tenue y sutil que nos posiciona en el encasillado de viejas como si fuera una jaula.

Y mire usted que, en las noticias, por ejemplo, no se menciona treintona, cuarentona o cincuentona. No. La cosa comienza a los sesenta: sexagenaria, septuagenaria, octogenaria y por ahí pa’ bajo. Caramba.

La semana pasada la organización internacional de Miss Universe informó que su normativa de edad cambia, y que se ensancharán los límites de las primaveras que hayan vivido quienes interesen participar. Brinqué en una pata, no por lo que concierne al certamen, sino porque la decisión -difundida a nivel mundial- puso sobre la mesa el tema de la mujer adulta y las posibilidades/oportunidades que debería tener en todos los ámbitos de la vida.

Las mujeres sesentonas no somos estropajos, la sombra de lo que fuimos o el recuerdo de lo que algún día fue. Somos adultas viviendo la etapa de la vejez. Y la vejez, hermana que me lees, es una etapa como lo es la infancia, la adolescencia y la adultez. E-T-A-P-A. Me atrevo a decir que ¡somos vintage! O sea, personas con el valor añadido de la experiencia, las vivencias, la sabiduría. Tenemos opinión, poder decisional, sabemos lo que queremos y sobre todo lo que NO queremos, que es más importante.

Se intenta invisibilizarnos, darnos de codito, como que ya no somos las nenas, las macaracachimbas o las chechecolés. Pero una mirada a las cifras sobre la población de la Isla servirá para darse cuenta de que somos mayoría y nuestro comportamiento y ejecutorias nos hacen más visibles y presentes que nunca. En arroz y habichuelas: corremos y saltamos… y le roncamos la manigueta.

Que el cuerpo cruje, pues sí, pero vamos con el espíritu pizpireto y lleno de suficiente energía para lanzarnos a nuevas aventuras, iniciar un nuevo rumbo profesional, personal, amoroso, explorar nuevos caminos, aprender y emprender.

Quien quiera vivir esta etapa más tranquila, quedarse en la casa, administrar el hogar, descansar, cuidar de los nietos y llevar una vida más sosegada, pues fantástico, que así lo haga y lo disfrute. Y quienes quieran trazarse e ir en pos de metas académicas, empresariales, personales y hasta románticas, pues también. Cada cual escoge. Cada cual decide y selecciona lo que le venga bien, le sume, le aporte, le beneficie y especialmente, le haga feliz.

Una lectora de mi blog en Facebook me contó que hay una nueva palabra en el universo: sexalescentes. Corrí a buscar información e indagando en su significado y en esa mezcla entre sexagenario y adolescente, encontré que el término denomina a quienes a partir de los 60 no responden al “modelo” tradicional. ¡Fantástico!

Los sexalescentes -y me incluyo- no se quedan meciéndose en un sillón observando la vida transcurrir. Al contrario, viven con chispa, con plenitud, integrándose a la actividad social. Estamos comprometidas con la vida, con la risa, con disfrutar. Y todo al máximo y al extremo: de la risa a carcajadas hasta el llanto a moco tendío.

Maduritas, vivitas y coleando, con pensamiento independiente, integradas a la tecnología y con una curiosidad que no reconoce limitaciones, mucho menos de edad. Vamos echando al traste esa palabra sexagenaria que, no sé a usted, pero a mí me suena tétrica y antipática. n al hecho de “resignarse a mirar