El rostro repujado de Sylvester Stallone ocupa toda la pantalla del televisor. Está como hinchado, parece un pavochón. Debe ser que a quien le inyectó botox se le fue la mano. A mí nunca me gustó cuando era “Rocky” o “Rambo”, porque lo encontraba boquitieso y culitrinco. Caminaba con los hombros erguidos y el fondillito apretado. Lo único que apreciaba era su mirada, con esas esquinitas exteriores hacia abajo que le daban un aire melancólico de lo más aquel, de lo más dulzón.

La película es de acción, al ritmo que sus setenta y pico de años le permiten. A algunos hombres les sienta bien la vejez. A otros no. Pero, se comenta poco y bajito. Nosotras somos otra cosa. Las canas o el pelo pintado, la gordura o la flacura, las arrugas o la planchada, los chicholetes o pellejos, las pelucas o la escasez de pelo... Vamos, que todas las anteriores -individuales o en combo- nos convierten en presa de señalamientos y chismecitos.

En mi caso, un señor me ha escrito en tono avinagrado varias veces a mi página de Titantos. Vive en Orlando y me ve a través de Wapa América. “Vieja, gorda, fea y calva”, me ha dicho, y corona el comentario con “y lo que habla es bazofia”.

¡Válgame, Dios!

En la primera mitad de mi vida lo hubiera despachado con una sarta de palabretas de esas que nacen en las tripas y salen disparadas como un punzón, mohoso, afilado. Pero estando tan feliz en la segunda mitad de lo que me toca vivir, la madurez ha apagado ese fuego interior que antes se traducía en un insulto para el cual después no había arrepentimiento que valiera.

Un día lo busqué. Tener cuatro hijos me ha venido bien para aprender los vericuetos de las redes sociales y el internet. ¡Lo encontré! Entonces le contesté:

Don Fulano: -ni estimado, ni apreciado-. Qué alegría encontrarle y poder recomendarle que frene ese odio tan tajante, no sea que le dé un bioco o un ataque al corazón. Tiene razón en lo que dice. Soy vieja, ya pasé los sesenta, y me siento espléndida, lista para comerme lo que me quede de vida. Y hablando de comer, es cierto que estoy gorda. Hace muchos años vivía esclavizada con dietas, pero mire usted que me cansé de comer pastos y hierbas. Qué cosa, ¿no?

Al parir gemelos a los cuarenta, mi sereta espesa y rizada se esfumó, y aparecieron tres greñas que acomodo como pueda. Pero, calva no estoy. Escasa sí, calva no. Lo que ve usted son canas, cientos y cientos que tapo con pintura, pero aparecen cada tres semanas. Bajo la luz de la tele, Don Fulano, parecen calvas, pero no lo son. Y lo de fea, pues sí, y no pasa nada. De todo hay en la viña del Señor. Pero fíjese que mi marido, mis hijos y todo el que me quiere me encuentra guapa. Me miran con amor. Y la guapura, sepa usted, es la combinación de personalidad y alma. Lo de la bazofia… ahí sí que se equivocó.

Siempre habla el que menos puede. Usted no es precisamente un bomboncito. Ha sido maravilloso verle y descubrir que es más viejo, más gordo y completamente calvo. De repente, de joven fue guapísimo, pero ahora Don Fulano, está bastante estrujado y revejío, como aquel papel maché que se usaba en la decoración. ¿Suena duro, verdad? Pues deje de hablar bazofia, aplíquese la lección y meta la lengua en el bolsillo. En el posterior, por favor.