A principios de semana, tempranito en la mañana y apretando el botón del control del televisor para pasear de uno a otro canal, me detuve unos minutos en una entrevista a una doctora. La médica hablaba con seriedad y lujo de detalles sobre un innovador tratamiento científico, una inyección que se le aplica a los hombres y que produce el agrandamiento del pene. No mencionó en qué lugar la espetan, pero de sólo imaginar la aguja delgada y afilada entrando lentamente y vaciando su contenido me dieron escalofríos, aunque es justo que los hombres sufran tanto como nosotras con los procedimientos médicos del yo interior.

En las letras que aparecían, desaparecían y volvían a aparecer en un cintillo en la parte baja de la pantalla, y en mayúsculas, se presentaba el tema como “Agrandamiento del miembro masculino”. Mira qué cosa, al pene se le llama miembro, vaya, como si fuera integrante de alguna junta, comité, fraternidad, club o asociación. Faltaría encasquetarle el título de presidente, vicepresidente, tesorero, secretario o vocal. Hasta en eso aflora el machismo. A la vagina no se le dice miembra, o sea, que no pertenece a nada, aunque a decir verdad es lo suficientemente poderosa como para no necesitarlo.

Pero desde hace un tiempo parece que los hombres andan preocupadillos por las dolamas de su “miembro” y sobre todo por su ejecución. Algunos miembros, que diga, integrantes, de la comunidad científica han detectado el nicho - el espacio perfecto dentro de la población - y se han puesto las botas inventando productos que deben dejar unos buenos chelitos. La cantidad de medicamentos, pastillas, aceites, menjunjes y linimentos para la “virilidad” que se anuncian es impresionante. Lo más increíble es que ese término de virilidad se refiere al “conjunto de características que se atribuyen tradicionalmente a un varón u hombre adulto, como la energía, el valor, la entereza”. Nadita que ver con la sexualidad.

Y los mensajes son para ahogarse a carcajadas. Los modelos son hombres mayores, con actitud de conquistadores, el cabello embarrado en gel y expresión de galán de telenovelón, preocupados porque su vida sexual ya no da para más, como que sanseacabó. Dito. Recuerdo uno en especial, un anuncio, con este señor vestido con pantalón y chamarra de cuero y trepado en una motocicleta. Quiero pensar que así como se preocupan por el comportamiento del “miembro”, lo hacen por otros temas, como por ejemplo la estabilidad de su relación, el disfrute de la viejitud, la solidaridad con su pareja, el respeto y la consideración, y mucho más importante aún, su proactividad en aras del bienestar personal, familiar y de la comunidad.

Las mujeres no necesitamos que se nos agrande nada. Lo que es vital lo tenemos grande ya: el corazón, las ganas de vivir, la responsabilidad, solidaridad y la conciencia de que hay que vivir a plenitud cada día porque no sabemos cuándo la vida se nos va a acabar. Con eso es suficiente y eso es lo más importante. ¿Que los retozos son sabrosos? Pues claro, pero de nada valen los revolcones si en el diario vivir no se es feliz, si no se valora el extraordinario regalo de abrir los ojos cada día, si no tenemos la autoestima en alto, si no cumplimos nuestros sueños y logramos nuestras metas.

No podemos generalizar, porque hay muchos hombres fantásticos con el cerebro derecho, las prioridades transparentes y la mente bien puesta, pero hay otros…. hay otros que a juzgar por lo que leído y visto, tienen otro tipo de mentalidad y caen en las garras de los potingues, los remedios y los ungüentos.